La cuna del narcotráfico, el sitio donde nacieron algunos de los capos más conocidos del mundo, vive de nuevo tiempos violentos. La extradición de Joaquín Guzmán, El Chapo, a Estados Unidos desató una guerra en el Cartel de Sinaloa. Las víctimas empiezan a acumularse, incluso la de Javier Valdez, un reconocido periodista asesinado el 15 de mayo en Culiacán. Pero la violencia no detiene el negocio, del que unos cuantos son los beneficiados. Éste es un viaje al municipio más pobre de Sinaloa, el mítico Badiraguato, donde empezó la historia.
Texto y fotos: José Ignacio De Alba
BADIRAGUATO, SINALOA.- Este no parece el lugar de procedencia para una persona que tiene 14 mil millones de dólares. El pueblo de la Tuna es tan pequeño que no tendría relevancia en un mapa si no fuera por un dato: hace 59 años aquí nació Joaquín Archivaldo Guzmán Loera.
Desde la capital del estado, Culiacán, hasta la casa donde creció el narcotraficante más famoso de México se hacen tres horas en auto. El acceso al lugar es pedregoso y escarpado. Bastaría una llovizna para volver intransitables los pequeños senderos rurales que serpentean entre los pliegues y cañadas de las montañas. El atardecer pinta el verdemar de los cerros en un anaranjado ardiente.
Es una zona donde la miseria aparece en cada momento. El 75 por ciento de la población de Badiraguato vive en la pobreza, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Y en 2016 casi 40 mil sinaloenses se tuvieron que desplazar por la pobreza y por la violencia, según la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos de Sinaloa.
En la parte alta del municipio, el clima es generoso para la siembra de amapola. Los escondrijos de la sierra también son ideales para el cultivo de marihuana. Los vuelos en pequeñas avionetas son comunes para el transporte de enervantes a….
Algunos capos llegan en aeronaves para visitar sus señoríos o a sus familias. Es la meca del narco mexicano. El lugar donde han nacido muchos de los capos más famosos del país.
El negocio de la droga cambió el rostro de algunas zonas de la sierra. Las casas que se ven a pie del camino son covachas, pero algunas pocas son suntuosas construcciones con arcos, fuentes y kioscos color pastel.
La Tuna, donde nació El Chapo, está en la médula de la Sierra Madre Occidental, aún custodiada por gente de Aureliano Guzmán Araujo, El Guano. Los caminos para llegar son quebradizos, y cada tanto, hay que evadir camionetas desvalijadas o quemadas que obstruyen el paso y que dejan huellas de la más reciente batalla librada en este territorio, donde no importa que sean casas grandes o chicas, casi todas lucen abandonadas después de la última ola de violencia, que tuvo un punto de quiebre el 19 de enero de este año, cuando el hijo más famoso de esta tierra fue extraditado a Estados Unidos
Lo que se vive desde entonces es una violenta disputa por el control del Cartel de Sinaloa entre los hijos del Chapo y su hermano Aureliano, y el grupo de quien durante años fue su hombre de confianza: Dámaso López Núñez, El Licenciado, detenido hace unas semanas en la Ciudad de México.
La fractura cambió los viejos códigos de conducta del cartel; el nuevo ciclo de violencia es ilegible hasta para los más experimentados. “Tienen nuevas reglas, o más bien no tienen reglas, son impredecibles”, dice un reportero local.
La última víctima fue el periodista Javier Valdez, acribillado el lunes 15 de mayo en Culiacán cuando salía de su oficina. Cofundador del semanario Riodoce, autor de varios libros sobre narcotráfico y sus víctimas, su asesinato marca un hito de la nueva era de Sinaloa.
Los asesinos no se preocuparon mucho por esconder su identidad, ni por el reconocimiento internacional del periodista. Riodoce lo dijo en el editorial titulado Hoy nos pegaron en el corazón:
“No tenemos ninguna duda: el origen del crimen de Javier Valdez está en su trabajo periodístico relacionado con los temas del narcotráfico. No sabemos de qué parte, de qué familia, de qué organización provino la orden. Pero fueron ellos”.
Las primeras matas
El narcotráfico se le enquistó a Sinaloa desde hace muchos años. El negocio de las drogas empezó con el declive de la actividad minera de los años treinta. Algunas familias reemplazaron sus ingresos con la venta de amapola (traída al país por los chinos).
El gobierno de Estados Unidos promovió el cultivo de enervantes en el Triángulo Dorado (una región entre Sinaloa, Chihuahua y Durango) para extraer la morfina que necesitaban sus tropas en combate, desde la Segunda Guerra Mundial, según ha documentado el investigador Luis Astorga, autor de El Siglo de las Drogas.
Sin embargo, una crisis política en el gobierno de Richard Nixon cambió el escenario: incapaz de enfrentar las oleadas de veteranos de guerra adictos al opio y heroína que inundaron sus ciudades, el presidente de Estados Unidos decidió combatir el cultivo de drogas. Y México, especialmente Sinaloa, fue su primer objetivo.
La Operación Cóndor, como se llamó a la estrategia que entre 1973 y 1975 envió a cientos de soldados a estas montañas, sólo afectó a los campesinos que cuidaban las parcelas. Porque los capos trasladaron a sus familias y negocios a Jalisco, tras un acuerdo con el gobierno federal.
El principal beneficiado fue Miguel Ángel Félix Gallardo, apodado El Padrino o Jefe de Jefes, quien consolidó la importación masiva de cocaína a Estados Unidos.
Junto a él progresaron otros personajes como Ernesto Fonseca Carrillo Don Neto, Rafael Caro Quintero o Manuel Salcido Uzeta. Atrás de ellos aparecían sus ayudantes o jefes de bandas pequeñas, como Ismael Zambada García, El Mayo; Héctor Luis Palma, El Güero; Javier Caro Payán, El Doctor (tío de los hermanos Arellano Félix) y un joven casi analfabeta llamado Joaquín Guzmán, El Chapo.
El negocio en Jalisco prosperó tanto que atrajo la atención de la agencia antidrogas de Estados Unidos, la DEA, que estableció una oficina secreta en el consulado de su país en la capital, Guadalajara. Uno de sus agentes más activos era Enrique Camarena Salazar, El Kiki, un mexicanoestadunidense que logró infiltrar a la organización.
El asesinato de González Camarena, en 1985, marcó el fin de la era Félix Gallardo y la asociación de narcos que la DEA bautizó como “Cartel de Guadalajara”. Los jefes del grupo criminal fueron detenidos en los años siguientes, aunque las operaciones no se detuvieron.
En 1990, desde prisión, Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, convocó a los lugartenientes del cartel a una junta para repartir el territorio.
La información fue publicada por el semanario Zeta y años después fue confirmada por el periodista Alberto Nájar en La Jornada, basado en la tarjeta de información C1/C4/ZC/03 40/05, elaborada por el Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia de la Procuraduría General de la República.
En esa reunión, realizada en Cuernavaca, Morelos, nació el mapa del narcotráfico que en las siguientes dos décadas estableció la marca Sinaloa: Culiacán fue para El Mayo; Chihuahua y Ciudad Juárez, para Rafael Aguilar Guajardo, un ex comandante de la Policía Judicial Federal; Tijuana para Caro Payán; San Luis Río Colorado, Sonora, para El Güero Palma y Tecate para El Chapo.
Palma y Guzmán se aliaron para pelear Tijuana y empezó entonces la sangrienta guerra de los años 90, cuyo episodio más conocido es el asesinato del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, en mayo de 1993.
Hasta ese momento el apodo de El Chapo era desconocido. El magnicidio lo encumbró. Y también a la tierra que ha engendrado a los capos más legendarios de la literatura nacional.
Tierra de bandidos
En Badiraguato todos los caminos llevan a un narco famoso. Cruzar estas brechas tierrosas es recorrer la historia del negocio de las drogas del país: de Santiago de los Caballero es Don Neto; de La Noria, Caro Quintero; de Huixiopa, El Azul; y aunque muchos ubican a los Carrillo Fuentes en Navolato, realmente nacieron aquí, en el pueblo de Revolcadero, según lo que pregonaba un ex alcalde del lugar.
Como en ningún lugar del país, en Sinaloa hay una relación simbiótica entre narco y sociedad, al grado que mucha gente identifica a los capos como las versiones mexicanas de Robin Hood o Vito Corleone (que superan la muerte y la miseria para convertirse en poderosos protectores de su gente). Son historias épicas cruzadas por la audacia y el valor.
Por eso, cuando detuvieron a El Chapo por segunda vez, en 2014, hubo manifestaciones en Culiacán, donde miles de personas salieron a las calles a exigir su liberación. «Joaquín Guzmán daba trabajo, no como ustedes políticos corruptos» gritaban los asistentes a las protestas, mientras bandas musicales hacían alarde las hazañas del capo.
“En un momento de la historia se confundieron dos figuras: la del bandido y la del revolucionario; el bandido social, alguien que quiere un cambio social pero que no encuentra los canales adecuados. Eso ha hecho que el narcotráfico tenga ciero anclaje en la sociedad, cierta aceptación. Ahora al narco, al sicario, se le atribuyen ciertas cualidades como de justicia. El narcotraficante no es tan malo porque invierte en el pueblo”, explica Sibely Cañedo, maestra en Ciencias Sociales y estudiosa del desplazamiento forzado por narcotráfico.
Un par de kilómetros antes de llegar a la Tuna, donde vive Consuelo Loera, está el pequeño poblado de La Palma, lugar de origen de los Beltrán Leyva y protagonistas de la segunda gran batalla por el control del negocio librada en esta zona.
Los Beltrán Leyva y Guzmán Loera trabajaron juntos para el Cártel de Guadalajara, y durante mucho tiempo fueron aliados. Más allá de la relación laboral existen, también, lazos familiares: Alfredo Beltrán, por ejemplo, está casado con una prima de Joaquín Guzmán. Y en el cementerio de La Tuna hay un mausoleo de la Familia Beltrán Leyva.
Pero en enero de 2008, fue detenido Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo. Se dice que la familia Beltrán Leyva acusó de traición al Chapo por esta detención y eso fracturó al Cártel. El 30 de abril de ese año inició la guerra en Culiacán.
Uno de los frentes de la guerra fue en el puerto de Mazatlán, zona de control de los Beltrán, donde en 2010 balearon al diario El Noroeste. Los directivos guardaron un pedazo del vidrio baleado y lo enmarcaron junto con una placa que cuelga en un salón:
“La madrugada del 1 de Septiembre de 2010, en punto de las 0:15 am, el
edificio del Noroestes recibió dos ráfagas de balas calibre Ak-47, como un acto de intimidación para obligarnos a publicar información no corroborada y relacionada con el crimen organizado. El 2 de septiembre nuestra portada declaraba: “NO VAMOS A CEDER”.
Siete años después, los hermanos Alfredo, Arturo, Héctor y Carlos están presos o muertos; aunque su grupo sigue con presencia en Sinaloa (sobre todo en el puerto de Mazatlán), Nayarit, Durango, Guerrero, Aguascalientes, Morelos y la Ciudad de México.
El cartel aún tiene fuerza para retar a sus antiguos aliados. En junio de 2016, unas 200 familias salieron de Arroyo Seco, La Palma, Huixiopa y La Tuna por el asalto de un célula de los Beltrán. Decenas de casas aún siguen vacías. Los pocos habitantes que quedan son ariscos con los forasteros que pasan.
En la entrada de Huixiopa un letrero da la bienvenida: “BIENVENIDOS A HUIXIOPA ¡UN GOBIERNO DE RESULTADOS! 2014-2016”. Y sobrepuesta con pintura de aerosol, una pinta dice: “PURA GENTE D. GUZMAN #701”.
Es la señal de que esa batalla la ganaron los habitantes de La Tuna.
“Nosotros somos los de la causa”
En la entrada de la Tuna, un salmo con faltas de ortografía escrito sobre un muro da la bienvenida a los llegados: “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal, y haz el bien; Busca la paz y síguela. Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. La ira de Jehová contra los que hacen mal”.
Es febrero de 2017, dos semanas después de que Joaquín Guzmán fue extraditado a Estados Unidos. Llegamos al pueblo cerca de las dos de la tarde. Frente a la telesecundaria, los estudiantes salen de sus clases. Algunos llevan gorras con la insignia de la marca local “701”, puesto que ocupó Guzmán Loera en la lista de los hombres más ricos del mundo de la Revista Forbes.
El hombre que no completa el nivel básico de educación es, en muchos sentidos, materia ficción. Un juzgado en Estados Unidos ha informado que buscará decomisarle 14 mil millones de dólares, pero analistas locales aseguran que es desproporcionada esa cantidad, pues la mayor parte de su dinero está en manos de funcionarios que recibieron sobornos durante años.
En la misma calle de la secundaria hay hombres vestidos con ropas camufladas, con chalecos antibalas y rifles de asalto AK47 y AR15. La gente porta armas en la calle con la tranquilidad de quien acarrea una escoba en la entrada de su casa. A pesar de que durante horas atravesamos montañas y caminos, supuestamente dominios de Guzmán, los pistoleros se sorprendieron de nuestra llegada.
Desde las puertas de sus casas la gente mira la camioneta en la que llegamos. Todos nos miran. Un hombre viejo y tullido de una pierna se quita el calor mientras se toma largos tragos de cerveza, grita: “¡Hey vengan para acá!, bájense!”. Nos persigue cojeando, dando brinquillos.
No terminamos de bajarnos de la camioneta cuando llegan dos hombres en cuatrimoto. Nos identificamos como reporteros y entonces sabemos que desde lo alto habían confundido el tripié de la cámara que llevamos en la batea de la camioneta con el de un calibre 50.
“Todo bien. Son reporteros”, dice por radio el joven al que mandaron a revisarnos.
Los jóvenes de cintos desgastados, pantalones vaqueros y playeras sucias nos saludan de mano y nos interrogan mientras descansan sus manos en las culatas de sus armas.
Pedimos una entrevista con Consuelo Loera, la madre de Joaquín Guzmán. Los hombres trasmiten nuestra petición por radio. Cada cierto tiempo, mientras esperamos, nos preguntan: “¿todo bien?”, para que cada vez repliquemos: “todo bien”.
Por radio escuchamos a un jefe gritoneando, que pregunta si vamos a pagarles por la entrevista. Les explicamos que no es nuestra intención y la voz del radio concluye: “Sáquenle punta por donde vinieron. Además, nosotros somos los de la causa”.
Dejamos La Tuna y su paisaje dominado por la casa de Consuelo Loera. La residencia roja, pueblerina y grandota es un exceso en la pequeña comunidad. De salida, alcanzamos a ver el El Cielo, como se llama el rancho del que fuera el capo más buscado en México.
Nuestra salida es escoltada por jóvenes no mayores de 30 años. Uno de ellos tenía puesta una gorra con la insignia de un trébol de cuatro hojas; el mismo trébol fue utilizado por Gerardo Vargas Landeros, durante la campaña interna del PRI por la candidatura de ese partido al gobierno de Sinaloa.
Los delincuentes de cuello blanco
En el resto del país le llamamos el Cártel de Sinaloa. Aquí sólo es El Cártel, y es así, porque en Sinaloa muy poco se sabe de otras organizaciones criminales. El Cartel se cuela en todos los rincones de la vida sinaloense.
Los funcionarios, empresarios y militares que han recibido sobornos de El Cartel no figuran en el folclor de las narraciones sobre el narcotráfico. Pero en Sinaloa hay casos emblemáticos. Por ejemplo, en 2013, un agente de la seguridad del exgobernador Mario López Valdez señaló que el director de la policía ministerial del estado, Jesús Antonio Aguilar había sido propuesto para la dirección de la policía ministerial por Ismael Zambada y Joaquín Guzmán. El hombre que hizo el señalamiento en un video público en Youtube fue degollado días después de la publicación.
Los circuitos del crimen también tocan a prominentes empresarios. Jesús Vizcarra dueño de la empresa SuKarne (líder nacional de producción de proteína animal y abastecedora de carne de McDonalds ) y exalcalde de Culiacán ha sido investigado en México y Estados Unidos por su relación con Ismael Zambada.
En el 2010 el periódico Reforma publicó una fotografía donde el capo y el empresario aparecen en un evento religioso en los años ochenta. La foto fue tomada en el poblado de El Salado, lugar donde nació Zambada. Aunque Vizcarra siempre ha negado cualquier vínculo con el capo. En un comunicado de 2015 afirma que: “ni yo ni las empresas u organizaciones por mí fundadas tienen hoy, ni han tenido nunca, relación financiera ni dependencia de ninguna organización delictiva”.
Los tentáculos del narco se extienden por muchos lados. La tradición agroindustrial, la cercanía con Estados Unidos, un puerto importante como Mazatlán y los poblados remotos de la sierra hacen del estado una tierra fértil para el desarrollo del negocio, dice Sibely Cañedo.
Un negocio que controla la cuarta parte de las drogas que entran a Estados Unidos a través de México, según reportes de la Oficina de la ONU para las Drogas y el Delito (UNODDC, por sus siglas en inglés).
“Los movimientos de población que han generado el narcotráfico de alguna manera resultan benéficos al modelo agroindustrial; el desplazamiento por la violencia y el narcotráfico genera mano de obra barata, lo cual es ideal en el sistema capitalista […] Es un modelo económico y político que sigue generando pobreza y que se sigue perpetuando”, concluye la investigadora.
¿El fin del Cártel?
El 19 de enero, un día antes de que Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos, el gobierno mexicano decidió hacer lo que había rechazado en casi dos décadas: extraditar a Joaquín Guzmán.
Enfrentará cargos en siete estados de la unión americana. Por ahora sólo es juzgado por la corte de Nueva York.
Es el fin sin escapatoria del capo más buscado del mundo. Antes de esto, Guzmán había burlado dos cárceles de “máxima seguridad” mexicanas: Puente Grande, en Jalisco, donde escapó en un carrito de lavandería (2001) y El Altiplano, en el Estado de México, a través de un túnel (2015).
Dámaso López Núñez era el jefe de seguridad de Puente Grande en 2001 permitió el escape del Chapo. El ex policía y ex funcionario federal en áreas de seguridad, originario de Culiacán, Sinaloa, se volvió uno de los hombres de confianza de la familia Guzmán. Y se le atribuye ser el artífice de la construcción del túnel para el escape de 2015.
El Licenciado no goza de la fama internacional del El Chapo, pero su grupo es poderoso dentro de la organización. Después de extradición, el Licenciado reclamó que su compadre le encargó el mando de la organización. Ese fue el principio del rompimiento; Iván y Alfredo Guzmán, apoyados por su tío Aureliano, reclaman la herencia que dejó el capo. Pero son irascibles y acelerados. En Culiacán, la gente nos cuenta que llegan al boulevard a hacer sus arrancones a bordo de un Lamborghini y muchos los ubican como protagonistas de la violencia de los últimos meses en la ciudad.
Este rompimiento no tiene precedentes en El Cártel. Ni siquiera la guerra contra el narcotráfico iniciada por Felipe Calderón provocó un tambaleo en la organización como el que ha dejado la guerra por la sucesión.
La primera señal fue en 2016, cuando dos hijos de Guzmán Loera fueron secuestrados en Puerto Vallarta, Jalisco. Las versiones vsobre la autoría del secuestro varían: unas apuntan al Cartel de Jalisco Nueva Generación; otras personas al hijo del Licenciado, Dámaso López Serrano, conocido como El Mini Lic, y heredero del negocio de su padre; y versiones no oficiales difundidas desde el gobierno federal lo atribuyeron a un hijo de Alfredo Beltrán Leyva; en todo caso, Iván y Alfredo Guzmán fueron liberados días después.
El 20 de febrero, el semanario Río Doce publicó información sobre una reunión entre los capos, convocada por Zambada el 4 de ese mes, en la cual los hijos de Guzmán habrían sufrido un atentado por parte de los Dámaso.
Tres semanas después, el 16 de marzo, cinco reos de alta peligrosidad se fugaron del penal de Aguaruto, en Culiacán, entre ellos José Esparragoza Monzón, El Azulito, lo que muchos interpretaron como refuerzos para la guerra.
Pero el parteaguas fue en abril, cuando se difundió una carta de los chapitos, como le dice aquí la gente a los Guzmán, en la que acusaron a la familia Dámaso de tenderles una trampa. Ese mismo mes, por medio de un enviado, López Nuñez contactó a los medios Río Doce y La Pared para dar su versión:
“Solo nos hemos defendido, pero jamás los hemos provocado. Ellos tienen un año provocando al Licenciado. Provocándonos”, dijo el enviado, en una publicación que fue requisada por el grupo contrario y que desencadenó una serie de amenazas para los reporteros que hicieron la entrevista. Uno de ellos fue Javier Valdez.
Las declaraciones fueron el colofón de una serie de enfrentamientos en Eldorado y Villa Juárez. La violencia se extendió hasta Baja California Sur, que había permanecido tranquilo hasta en los años más álgidos de la guerra contra el narcotráfico.
Dámaso López fue detenido el pasado 2 de mayo en su departamento de la colonia Anzures, en la Ciudad de México. Su heredero, El Mini Lic, un personaje conocido por su violencia, pero no se sabe si tenga la habilidad para concretar la alianza que su padre negociaba con el Cartel Jalisco Nueva Generación, “el cartel del sexenio”, como lo definen algunos especialistas, porque pasó de controlar 4 a 12 estados del país en la administración de Enrique Peña Nieto
De la vieja estructura sólo queda Ismael El Mayo Zambada, el único gran capo en la historia de México que nunca ha sido detenido.
La muerte en Sinaloa
Este no parece un panteón donde está enterrado alguien que nació en el municipio más pobre de Sinaloa. Los mausoleos de este panteón son tan grandes que parecen iglesias. Este camposanto se llama Jardines del Humaya y aquí están enterrados muchos capos famosos. Las calzadas están llenas de flores recién cortadas.
El panteón está en Culiacán, una de las ciudades más violentas del país. En 2015 tuvo 63 homicidios por cada 100 mil habitantes. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Sinaloa, la entidad es la cuarta con más personas desaparecidas en el país. El gobierno de Quirino Ordaz Coppel decidió militarizar las estructuras policiacas y entre enero y febrero llegaron más de 2 mil militares a realizar labores policiacas. Sinaloa ahora está patrullada por la Secretaría de la Defensa Nacional. Pero a pesar de ello, en los primeros 4 meses del año hubo más de 400 asesinatos dolosos y en los diarios locales, Culiacán y Mazatlán parecen disputarse los primeros lugares de la muerte.
“Hasta en la cifra de muertos tenemos que pelear”, dice de broma un reportero local en referencia a la histórica pugna entre culichis y mazatlecos.
Otro experimentado periodista me pregunta qué me ha impresionado más de Sinaloa y se sorprende cuando respondo que la convivencia de la sociedad con el narco.
“¿En que lo notas?”, pregunta de nuevo, en el mismo momento en que un hombre se acerca a vendernos llaveros hechos con casquillos de balas.
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