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Ricardo Pérez Montfort presenta la segunda parte de la biografía de Lázaro Cárdenas del Río | Informativo 6y7

Por Redacción / Sin Embargo

Ricardo Pérez Montfort escribe el segundo tomo de la biografía más documentada de Lázaro Cárdenas del Río. 

Ciudad de México, 23 de marzo (SinEmbargo).– En este segundo tomo de Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, se relata el periodo central en la vida del General: aquél que transformó nuestro país y lo catapultó a la historia.

Los años de su sexenio (1934-1940) y de su encargo como secretario de la Defensa Nacional -durante la Segunda Guerra Mundial, ni más ni menos- son analizados con una prosa rigurosa y ágil por Ricardo Pérez Montfort, quien desmonta mitos del michoacano, de la Expropiación Petrolera, de su visión de la política y de su existencia tras Los Pinos.

Así, en este tomo II de la biografía más documentada de Cárdenas del Río se presentan las coordenadas imprescindibles para entender el México de hoy, sus luchas y contradicciones.

Fragmento del libro Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX, de Ricardo Pérez Montfort. :copyright: 2019. Cortesía otorgada bajo el permiso de Debate.

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Prólogo

Empecé a escribir este segundo volumen de la biografía del general Cárdenas a mediados de 2017, poco antes de que apareciera el primer tomo a principios de 2018. El primer volumen había cubierto la vida inicial del General y sus contextos durante los años que iban de 1885 a 1934. El siguiente volumen debía, por lo tanto, dedicarse al periodo que comprendía los años de 1934 a 1970. Mientras avanzaba en la escritura me di cuenta de que abarcar 36 años de la vida del General en un solo libro iba a ser imposible, no sólo por la gran cantidad de información que había acumulado al respecto, sino también porque resultaba cabalmente inadecuado apretar aquellos fructíferos y agitados años en un manuscrito más o menos accesible.

Después de redactar durante varios meses resolví cubrir, en esta segunda parte, solamente los años que van de 1934 a 1945 y dejar para un tercer volumen el periodo que va desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte en 1970. Acudí entonces con mis queridos amigos de la editorial Penguin Random House, Juan Carlos Ortega, Andrés Ramírez y Ricardo Cayuela, quienes aceptaron la propuesta de buena gana y estuvieron de acuerdo en que la biografía del General se completaría en tres volúmenes. El primero ya estaba publicado y, como ya se dijo, va de 1895 a 1933; el segundo revisaría los años de 1934 a 1945, y el tercero abarcaría de 1946 a 1970. Sin el peso de tratar de resumir media vida del General en un solo libro, y agradeciéndoles enormemente a mis editores, pude concluir este segundo volumen hacia finales de 2018.

A lo largo de este año y medio de escritura y revisión de fuentes, muchos amigos, colegas y conocidos contribuyeron a hacer más llevadero y afable este proceso. En primer lugar debo agradecer al Colegio Internacional de Graduados “Entre espacios, movimientos, actores y representaciones de la globalización”, que me permitió pasar nuevamente una temporada en Alemania, escribiendo y afinando buena parte de este manuscrito, bajo los auspicios de la Universidad Libre de Berlín, y con mis entrañables colegas Stefan Rinke, Marianne Braig, Ingrid Simson y Carlos Pérez Ricart. Igualmente me es grato reconocer el apoyo del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, que es la institución en donde trabajo cotidianamente desde hace más de 35 años. Y personalmente agradezco también al licenciado Luis Prieto, y sobre todo al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, por sus amables y generosas contribuciones para que este segundo volumen llegara a buen fin.

Finalmente debo reconocer que sin el cariño y el amor de Ana Paula de Teresa, mi mujer; de mis hijos, Benilde, Roy, Marcos, Mati y Diego, y de mis nietas Ana y Luisa, escribir este segundo tomo no hubiese sido posible. A todos ellos les agradezco con el corazón en la mano.

Tepoztlán, Morelos, noviembre de 2018

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Introducción

Una gran cantidad de estudios e interpretaciones del pasado latinoamericano reciente se han interesado por los seis años durante los cuales el general Lázaro Cárdenas del Río fue presidente de México. En cambio los años siguientes, es decir, el México de la Segunda Guerra Mundial y el de la preparación para la entrada al llamado civilismo, dejando atrás los regímenes militares surgidos de la Revolución, no han ocupado tanta atención, y muchos aspectos de la historia mexicana de la segunda mitad del siglo XX todavía no han atraído a los estudiosos. Quizá sólo el sexenio alemanista, que tuvo lugar de 1946 a 1952, y algunos aspectos de la década de los años sesenta, particularmente el año de 1968, han despertado un interés académico en los últimos tres lustros. Sin embargo esos años que van de la posguerra a los años setenta todavía no han cosechado suficientes análisis e investigaciones en comparación con los que hoy en día se acumulan sobre el México de los años treinta.

Después de la Revolución mexicana, el sexenio cardenista es quizá el periodo que más páginas ha ocupado en la inmensa bibliografía del siglo XX mexicano, a través de escritos de académicos, periodistas, analistas políticos, aficionados a la historia posrevolucionaria o simples contribuyentes a la formación de la opinión pública. Desde los primeros años cuarenta del siglo XX hasta el primer lustro del siglo XXI, la preocupación por lo sucedido durante la segunda mitad de la década de los años treinta fue creciendo poco a poco y hoy en día el balance historiográfico al respecto puede considerarse particularmente positivo y abundante. Aunque es cierto que todavía quedan muchos rubros dignos de estudios más profundos y de análisis más puntuales que reconozcan la complejidad de lo sucedido en aquel tiempo. Una gran cantidad de especialistas ha contribuido a desarticular los primeros esquemas maniqueos que caracterizaron el abordaje de dicho momento crucial de la historia mexicana contemporánea. Los análisis y los estudios inmediatamente posteriores al sexenio presidido por el general Lázaro Cárdenas marcaron una pauta en la que se colocaba a la administración cardenista en el extremo de polos opuestos: para unos sus logros eran por demás visibles y exitosos; en cambio, para otros, no había más que saldos negativos y dañinos para el país. Según el marco ideológico a partir del cual se abordaba ese sexenio parecía no haber medias tintas. Como dijo la politóloga mexicana Raquel Sosa de manera un tanto categórica, el del general Cárdenas “fue un régimen que no ha admitido hasta ahora espectadores neutros: desde todos los frentes del panorama científico, político e ideológico sus defensores y detractores construyeron de él un retrato en que se incluyen y comprometen”.

Las izquierdas y ciertos criterios liberales que aún permanecen en el mundo oficial e institucional, así como un amplio sector del periodismo, del mundo artístico y del intelectual, han valorado el sexenio cardenista como un momento crucial en el cumplimiento de muchos de los postulados más relevantes de la Revolución mexicana. Esa misma apreciación afirmativa se suscitó en la memoria y los imaginarios de quienes fueron beneficiados por sus medidas en materia agraria, laboral, educativa o social. Por ello es posible sostener que en ámbitos populares, campesinos y militares, así como entre líderes obreros y en espacios de burocracia media estatal, el recuento de lo sucedido mientras Cárdenas fue presidente tuvo y tiene hasta hoy, por lo general, una carga favorable y hasta de benevolencia nostálgica. En esta valoración positiva también se podrían colocar algunos de los estudios realizados por académicos y periodistas, tanto nacionales como extranjeros.

En cambio, las derechas y un amplio sector empresarial, terrateniente y agroindustrial contribuyeron a construir una imagen más negativa de ese sexenio. La Iglesia católica, los líderes de las agrupaciones de clase media y de aquellas que blasonaron la libertad educativa, así como los pequeños propietarios y los grandes latifundistas o los dueños de las compañías afectadas por las reformas cardenistas, generaron un catálogo importante y particularmente crítico de escritos, argumentos y notas periodísticas en las que abundaron los resentimientos, los agravios y hasta el vilipendio. Para muchos de estos detractores del cardenismo, esa época fue el ejemplo del caos, de la inexperiencia, del jacobinismo y de un socialismo exaltado que en algunos incluso se identificó como “traición a la patria”.

Ciertos afanes que convinieron con el anticomunismo propio de los inicios de la Guerra Fría identificaron al mismo Cárdenas como un agente “admirador de la Unión Soviética y de la China comunista” y hasta como “un marxista declarado”, con toda la carga despectiva que enunciaba dicho discurso conservador.

Las dos posiciones encontradas estuvieron presentes sobre todo en los estudios y los análisis que se realizaron durante los 30 años en que el general Cárdenas sobrevivió a su propio sexenio. A partir de los años setenta, poco tiempo después de la muerte del General, una buena suma de memorias, tratados y ensayos rescataron aquella época, y varios de sus analistas reivindicaron los logros de las reformas cardenistas en contraste con el paulatino deterioro que vivía el sistema político mexicano. Para entonces ya resultaba bastante evidente el fracaso del proyecto de desarrollo adoptado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial en áreas como la incompetencia de la burocracia política, el desgaste del proyecto estatal en materia educativa y la tensión en la relación existente entre el mundo empresarial y el gobierno federal. Intelectuales, periodistas, científicos sociales, politécnicos, literatos y artistas recuperaron algunas de las consignas políticas del cardenismo, pero también aparecieron algunos trabajos que intentaron reconstruir de manera menos maniquea la compleja situación nacional vivida durante ese periodo de entreguerras.

Una vez más se habló del anti-imperialismo, de la sociedad burguesa, de los movimientos obreros y campesinos, de la educación anticlerical y del socialismo posible. Pero un puntual interés académico reivindicó el conocimiento detallado y comprobable con fuentes novedosas y poco estudiadas de aquel sexenio, identificándolo como una especie de parteaguas en la historia del siglo XX mexicano. El estudio de la llamada “Época de Cárdenas” ganó una gran cantidad de adeptos a finales de los años setenta y principios de los años ochenta del siglo XX, tanto a nivel nacional pero sobre todo internacional que, aunque desventajosamente, ya competía en cantidad de estudios con el tema de la Revolución mexicana. Varias biografías del General conocieron la luz pública durante esa época, aunque muy pocas abandonaron el tono panegirista o displicente.

Un mayor impulso recibió el estudio del cardenismo después de 1988, entendible dados los acontecimientos políticos de aquel año, en que el hijo del General, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, encabezó un importante movimiento de oposición al Partido Revolucionario Institucional. A partir de entonces se empezó a hablar de un neocardenismo, que también significó un fomento a los estudios académicos y profundos sobre el sexenio del general Cárdenas. Ya para mediados y final de los años noventa se pudieron hacer algunos recuentos de mayor envergadura sobre la bibliografía y los análisis suscitados por ese sexenio.

Y durante lo que va del siglo XXI mucho se ha escrito sobre las reformas cardenistas en el agro, sobre su política obrera, sobre su proyecto nacionalista y de defensa de la soberanía nacional, sobre la educación socialista, sobre su relación con el Ejército y la élite política con la que le tocó convivir y lidiar, y hasta sobre su vida personal y su trascendencia moral. Muy recientemente el propio Cuauhtémoc Cárdenas publicó su versión de la historia de su padre, poniendo un particular énfasis en los logros y momentos cumbres de su sexenio.

Por ello y con el fin de no repetir lo que muchos estudiosos ya han dicho con sobrada claridad, en el primer capítulo de este segundo volumen sobre la vida y los tiempos que le tocaron vivir a Lázaro Cárdenas del Río se hace un recuento de la extensiva gira del candidato a la presidencia por el PNR, que duró prácticamente todo el año de 1934. Ese año se conoce poco y suele reducírsele a sólo un momento de transición entre un régimen y el siguiente. Sin embargo, como es evidente al observarlo con detenimiento, resulta crucial tanto para la vida del General como para el proceso del cambio generacional que está viviendo la posrevolución mexicana. Un segundo capítulo versa sobre la vida política y económica de los seis años en que Cárdenas fue presidente, tratando de ampliar algunos aspectos poco conocidos de sus momentos álgidos y reseñando solamente el devenir de aquellos sucesos que otros especialistas ya han abordado con mayor profundidad. El siguiente capítulo presenta una serie de aproximaciones a la vida cultural de México durante aquel sexenio, que han sido temas que han ocupado mi interés durante mucho tiempo y que permiten entrever una faceta poco estudiada de dicho sexenio. Con el fin de demostrar que también en materia de artes, música, arquitectura, literatura y cine, el sexenio del General Cárdenas fue una especie de hito que abrevó del nacionalismo cultural posrevolucionario tanto popular como culterano para proponer un cambio de paradigmas, se exploran diversos aspectos del diario devenir de la sociedad de esa época. Con cierta forma ensayística se recorren los caminos del arte y la literatura a través de la combinación del reconocimiento de valores tradicionales y de un particular cosmopolitismo. Estos dos recursos, la tradición y la vanguardia, lanzaron al mundo de la cultura mexicana en pos de una extraña modernidad que aún hoy es recordada con bastante nostalgia. Esta revisión de las expresiones culturales cardenistas, entreveradas con los acontecimientos políticos, sociales y económicos podría pensarse como una contribución aledaña al estudio de los años treinta.

El último capítulo de este volumen aborda finalmente los contextos, los sucesos y los avatares de ese México y del mundo durante la Segunda Guerra Mundial. En esos primeros años cuarenta del siglo XX, Lázaro Cárdenas atendió la solicitud del presidente Ávila Camacho de continuar en la administración pública y con responsabilidades relevantes en el ejército mexicano. Fue Comandante de la Región Militar del Pacífico, para después ocupar nuevamente la titularidad de la ahora llamada Secretaría de la Defensa. En ambos puestos su función tuvo como principal objetivo garantizar la soberanía nacional y tratar de salvar la mayoría de las reformas que se habían implementado durante su sexenio, pero que precisamente por la compleja situación mundial el gobierno en turno se vio en la necesidad de poner en entredicho. Este segundo volumen de la biografía del general Cárdenas concluye en el momento en que dejó la Secretaría de la Defensa en 1945. Si bien he intentado no abandonar los contextos y los aconteceres que determinaron la historia mexicana de esta etapa del siglo xx, el eje de la narración continúa siendo la vida del General y lo que le sucedió a él, a su familia y al país durante el tiempo tan turbulento e imprevisible.

I

En el camino a la presidencia de la República Mexicana

1933-1934

Las tres campañas

Juzgo muy difícil realizar los postulados del Plan Sexenal si no cuento con la cooperación de las masas obreras y campesinas organizadas, disciplinadas y unificadas.

Lázaro Cárdenas, El Ticuí, Guerrero, 1934

Dos días después de rendir su protesta como candidato a la presidencia de la República Mexicana para el periodo 1934-1940 durante la segunda convención del Partido Nacional Revolucionario (pnr) en Querétaro, el general Lázaro Cárdenas tomó un tren que lo llevó a San Luis Potosí. Ahí se dio inicio, el 9 de diciembre de 1933, a lo que sería prácticamente un año de giras de propaganda política a favor de su candidatura. Ese día el michoacano se propuso hacer una visita de cortesía al general Saturnino Cedillo. El potosino no sólo había sido uno de los primeros en “candidatearlo”, sino que lo había apoyado de manera incondicional durante los reajustes vividos, un año antes, entre el gobierno federal y los gobernadores agraristas. Si bien Lázaro Cárdenas en Michoacán, Adalberto Tejeda en Veracruz y Saturnino Cedillo en San Luis Potosí eran considerados los tres gobernadores más radicales en materia de distribución de la tierra de finales de los años veinte y los primeros años treinta, lo cierto era que para finales de 1933 ya habían seguido caminos distintos. Sin embargo, el vínculo entre dicha tríada se mantenía vigente. Tan sólo habían pasado seis meses desde que, con algunos de sus seguidores agraristas, así como con el propio Cedillo, el licenciado Portes Gil y varios grupos que se formaron bajo la égida del coronel Tejeda y del líder Graciano Sánchez, el mismo Cárdenas había participado en la fundación de la Confederación Campesina Mexicana (ccm). Ahora, como candidato presidencial, mantenía las esperanzas de que dicha organización se convirtiera en una de sus plataformas políticas.

Sin embargo, además de la paulatina cimentación de redes y del intento de consolidación de alianzas que significó el recorrido por todo el territorio nacional, a lo largo de su campaña el General se daría cuenta de que las circunstancias del país eran mucho más complejas de lo que aparecía a primera vista. Para entonces consideraba que si bien apelando a la organización de los trabajadores y los campesinos se podían construir las palancas para transformar esa situación y así tratar de instaurar una justicia social más equitativa y una mejor distribución de la riqueza, la tarea sería realmente titánica. Por un lado el proyecto de gobierno descansaba en el Plan Sexenal y en la aplicación de los principales postulados de la Constitución de 1917, lo cual permitía atenerse a un modelo más o menos factible de desarrollo y de igualdad; pero por otra parte una infinidad de variables locales, determinadas por líderes y organizaciones regionales, así como por los sempiternos conflictos agrarios y laborales, aunados a las disparidades sociales y económicas incubadas desde siglos atrás, hacían que dicho proyecto y la instrumentación de los principios constitucionales se convirtieran en metas muy difíciles de alcanzar. A esto había que añadir los intereses de las organizaciones patronales y la continua oposición de la Iglesia católica, así como los afanes protagónicos de quienes ya habían probado o estaban disfrutando las mieles del poder estatal y federal.

El primer diagnóstico que hizo Cárdenas sobre la realidad mexicana de principios de los años treinta lo externó durante el trayecto de Querétaro a San Luis Potosí declarando que “como regla general puede afirmarse que no hay unidad de ninguna especie en las medidas de gobierno que se adoptan en las distintas entidades de la República. Esta anarquía existe en todos los órdenes de la vida social: en el agro, el cooperativismo, la salud y la instrucción pública”. Y calificó esta desintegración como un “mosaico de criterios”, que requerían de mayor organización, voluntad y sobre todo de “funcionarios que tuvieran personalidades definidas y fueran hombres de acción”.

Con esta afirmación, el General revelaba sus convicciones de militar disciplinado, aunque también hacía una crítica a la falta de una estructura política y un modelo económico claros, que marcaran la pauta del desarrollo local, estatal y federal. Pronto se daría cuenta de que sus declaraciones podían herir algunas susceptibilidades, y si bien fue bastante enfático en la necesidad de mantener con obediencia un rumbo que remediara tal situación, con el tiempo el tono de esa crítica se iría suavizando.

Lo cierto es que el inicio de la campaña se dio de manera bastante atropellada. En primer lugar, el general Cedillo se encontraba enfermo en San Luis Potosí, y por lo tanto el primer mitin del candidato estuvo un tanto desangelado. En segundo lugar, un incidente en Michoacán distrajo al general Cárdenas e hizo que su atención se dirigiera más hacia su terruño que a sus posibles seguidores en la capital potosina. Desde finales de 1932 y principios de 1933 la Confederación Michoacana Revolucionaria de Trabajadores (CMRT), apoyando al Sindicato de Trabajadores de Nueva Italia y Lombardía, había generado una situación conflictiva en esa región terracalentana. El recién electo gobernador de dicha entidad, Benigno Serrato, le había quitado su apoyo a la CMRT y había favorecido a los propietarios, la familia Cusi, en un momento en que se trataban de desmontar las estructuras organizacionales implementadas por el gobierno anterior, que había encabezado nada menos que el general Cárdenas. La inquietud se volvió a sentir en esa región a finales de 1933, y en un enfrentamiento entre campesinos y guardias blancas el saldo fue de varios muertos, entre ellos el secretario general del sindicato y diputado federal Gabriel Zamora. Cárdenas solicitó al jefe de la zona militar, su antiguo rival político en el PNR pero ahora uno de sus principales aliados en Michoacán, el general Manuel Pérez Treviño, que interviniera. Mientras el gobernador Serrato se empeñaba en desmantelar a la CMRT y lo que quedaba del cardenismo en Michoacán, el general Cárdenas hacía uso de sus alianzas políticas para seguir apuntalando a los trabajadores locales y a sus líderes en sus acciones contra los grandes latifundistas de la Tierra Caliente. Así logró que uno de sus incondicionales, el coronel Félix Ireta, quien había estado bajo su mando desde los primeros años veinte, se encargara de la situación en Lombardía y Nueva Italia, con la venia de Pérez Treviño. Los trabajadores, ahora bajo el liderazgo del comunista Miguel Ángel Velasco, mantuvieron la huelga y siguieron en pie de lucha hasta lograr el fallo expropiatorio de esas tierras, mismo que se daría hasta julio de 1938. De cualquier manera, para los primeros días de diciembre de 1933 la región se había convertido en un polvorín.

Todavía desde Querétaro, el general Cárdenas le había escrito al señor Eugenio Cusi, propietario de la hacienda de Lombardía, una carta en la que, con la autoridad que le daba su nueva posición de candidato presidencial, le proponía que pusiera sus tierras en manos de los trabajadores organizados “para que cooperativamente las trabajen en provecho de ellos mismos, liquidándose a usted bajo la base de valor fiscal y plazos fijos.” Desde luego el propietario, fortalecido también por el apoyo recibido de parte del gobernador Serrato, se opuso terminantemente a un arreglo con los líderes del sindicato y la CMRT.

La tensa situación en Nueva Italia y Lombardía se mantuvo así a lo largo de ese año, mientras el gobernador Benigno Serrato daba continuidad a sus intenciones de desarticular cualquier vestigio de organización cardenista en el estado de Michoacán. Desde su toma de posesión en septiembre de 1932 hasta mediados de 1933, el saldo de su política antiagrarista era de poco más de 40 líderes campesinos asesinados, y lógicamente a partir de entonces los repartos de tierras habían disminuido de manera notable. Es más: Serrato se encargaría de devolverles algunos latifundios a sus antiguos propietarios, con lo que le colmaría la paciencia al mismísimo general Cárdenas. La animadversión, en un momento dado, haría exclamar al General la siguiente frase de irritación: “Yo no sé lo que quiere el general Serrato. ¿Que se levante en armas para ir a combatirlo yo?” Pero el futuro todavía les depararía un par de desencuentros a los dos michoacanos, cuyos proyectos políticos claramente apuntaban en sentido contrario.

Después de San Luis Potosí, el candidato presidencial y su comitiva, integrada por algunos oradores y aliados como Ernesto Soto Reyes, Luis I. Rodríguez, Luciano Kubli y Silvano Barba González, tomaron rumbo a Aguascalientes, en donde fueron recibidos el 10 de diciembre. En esa localidad ya tenían más elementos para organizar su propaganda y la organización a favor de la candidatura presidencial tuvo bastante más éxito que durante la jornada vivida el día anterior en San Luis Potosí. Así se pudo constatar durante su asistencia a un congreso agrario local y en una manifestación de apoyo que al parecer alcanzó a movilizar a cientos de campesinos y obreros. En esa ocasión acompañaban al general Cárdenas tanto el gobernador de Aguascalientes, Enrique Osorio Camarena, como el gobernador de Morelos, Vicente Estrada Cajigal. El ambiente festivo de la famosa Feria de San Marcos, que todos los años se celebra en abril, se revivió aquella tarde de diciembre en la Plaza de Toros. Después de los consabidos discursos se soltaron unos novillos para darle a la concentración un toque popular y jaranero. En dicha ocasión también se celebró la belleza de la Reina de la Feria Sanmarqueña de 1933, la señorita Magdalena Sánchez, que acudió con algunas integrantes de su “corte” para agasajar a los concurrentes.

Al día siguiente, que cayó en lunes, Cárdenas recorrió los alrededores de Aguascalientes hasta llegar a la presa Plutarco Elías Calles, que se había construido precisamente durante los años en que el sonorense fue presidente de México, en el municipio de San José de Gracia. Después de visitar algunas comunidades agraristas, el candidato regresó a la ciudad de Aguascalientes a reunirse con los ferrocarrileros, por los rumbos de su magnífica estación, pudiendo reconocer sus muy extensos terrenos y talleres.

El resto de la semana el candidato viajó por el centro del Bajío. Recorriendo esa región, todavía muy bocabajeada por la guerra cristera, el general Cárdenas se dio cuenta de que si realmente quería marcar alguna diferencia entre las campañas anteriores de los sonorenses, la de Pascual Ortiz Rubio y la suya, tenía que llegar hasta los rincones más olvidados por los revolucionarios, y ahí enterarse de las condiciones, las carencias y las necesidades de sus votantes cautivos. Sin embargo, todavía los organizadores de la campaña poco orientaban sus contactos en dirección de la gente común y corriente. Aun cuando se insistía en que las bases del PNR eran campesinas y trabajadoras, los líderes solían sentirse mucho más cómodos entre los terratenientes, los propietarios y los caciques locales. Esto, desde luego, también fue muy útil para el candidato, pues conoció de primera mano quiénes eran quiénes en la política y la economía de cada lugar que visitaba. Tanteaba así no sólo a los líderes populares, sino también a los caciques y a los mandamases regionales con los que también podía establecer alianzas o simplemente los identificaba como posibles adversarios de las reformas que pretendía echar a andar en un futuro cercano.

Ya en territorio guanajuatense, el General arribó con el ferrocarril a San Francisco del Rincón a participar en una manifestación de apoyo a su candidatura. Después, la comitiva siguió en auto hasta León a tratar de estar presentes en otro mitin. Ahí, la intención de acercarse con los campesinos y los obreros no se logró del todo, ya que por ser 12 de diciembre la mayoría se había ido a festejar a la Virgen de Guadalupe, o se encontraba en misa o igual se interesaba poco en las lides políticas. Más bien fueron los industriales y los dueños de los talleres los que acapararon el tiempo y la atención del candidato.

El miércoles 13 de diciembre, Cárdenas se dirigió con su comitiva a Silao y de ahí a Guanajuato. Más que quedarse a encabezar una reunión en aquella ciudad colonial, el General decidió visitar la mina La Valenciana, y ahí trató de entrar en contacto con los mineros. Sin embargo contó con muy poco tiempo para ello porque la comitiva debía estar a mediodía en Dolores Hidalgo, en donde sí participó mucha más gente en una manifestación popular frente a la catedral. Concluido el acto de campaña, el candidato visitó la casa de “El Padre de la Patria”, como él mismo lo anotó en sus Apuntes. El recorrido fue bastante rápido porque a la una de la tarde el grupo de propagandistas continuó su recorrido hasta San Luis de la Paz y de ahí hasta el Derramadero de Charcas, en donde se llevó a cabo un jaripeo y se les ofreció una comida con las fuerzas vivas de la localidad. La fiesta se alargó y hasta las 12 de la noche el candidato y sus acompañantes regresaron a San Luis de la Paz.

 

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