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Los indígenas urbanos | Informativo 6 y 7

Sep 3, 2019 #indígenas, #Triqui, #Urbanos

Aniversario de 25 años de casados de la familia Flores López, comunidad triqui de Candelaria, octubre 2017. D.R Iván Pérez Téllez

Pese a que hoy en día la Constitución Política de la Ciudad de México reconoce, en su artículo 58, el carácter pluricultural, plurilingüe y pluriétnica de la ciudad, lo cierto es que en el imaginario citadino se continúa considerando que lo indígena es propio de las regiones apartadas —agrestes, campesinas— y le resulta chocante que se hablen tantas otras lenguas distintas al castellano en la ciudad.

Por: Iván Pérez Téllez/Artes de México

Ciudad de México, 1 septiembre (SinEmbargo).- En México, hasta hace algún tiempo el conocimiento sobre pueblos indígenas y sus lenguas era escaso, se trataba más bien de un asunto de especialistas que de dominio público. En el panorama nacional esto cambió debido a la insurrección del EZLN, hace 25 años. El levantamiento armado trajo a la palestra el tema de la existencia y continuidad de los pueblos indios así como sus exigencias por el reconocimiento de sus derechos políticos, entre otros, su derecho a la autonomía y al reconocimiento de sus territorios. La campaña de integración y castellanización forzada, iniciada en el periodo posrevolucionario, no había dado el resultado esperado ni hecho mella de manera homogénea en la nación. En las regiones más apartadas, como antiguamente el proceso de evangelización, la avanzada de progreso estatal no habían surtido el efecto esperado: los pueblos originarios se abstenían de subirse al tren de la modernidad. La diversidad étnica se resistía a ser arrasada por un proyecto de país, por un Estado.

Sin embargo, en todo este tiempo ocurrió un fenómeno interesante: si bien el Estado consiguió inhibir en muchos casos la trasmisión de lengua —aquí la castellanización impuesta, la discriminación y el racismo jugaron un papel fundamental—, una cantidad considerable de la población indígena decidió migrar y camuflarse, cuando no diluirse, en las zonas urbanas, tanto en las tradicionales “regiones de refugio” —tipo San Cristóbal de las Casas—, como en las grandes ciudades del país, como una manera de hacer frente al embate estatal. Así, una masa importante de población indígena comenzó a arribar a la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, pero también a las capitales de otros estados, a Oaxaca por ejemplo. Claro, también están los que se fueron a los Estados Unidos.

Aniversario de 25 años de casados de la familia Flores López, comunidad triqui de Candelaria, octubre 2017. D.R Iván Pérez Téllez

Aniversario de 25 años de casados de la familia Flores López, comunidad triqui de Candelaria, octubre 2017. D.R Iván Pérez Téllez

Según rezaba el canon culturalista —y su idea del continuum folk urbano—, la gente indígena que migraba sufría un proceso claro de “aculturación” que la transformaba en una suerte de población descaracterizada. Es decir, se sumaba a la gran masa de gente mestiza y empobrecida del país. Lo que omitía esta perspectiva —que adoptó no pocas veces el Estado— es que las poblaciones que arribaron a las metrópolis también conformaron comunidades en los nuevos contextos urbanos, se organizaron y consiguieron articular redes que les permitían reproducir su cultura, así como algunos aspectos de sus formas de organización social, política y ceremonial. De hecho, las comunidades indígenas lograron mantener una cultura culinaria, creando suplementariamente circuitos comerciales, así como reproducir sus sistemas de parentesco donde la endogamia —casarse al interior del mismo grupo étnico— representaba un factor fortísimo de cohesión social. Estas comunidades sostenían, además, una estrecha relación y una vida pendular con sus lugares de origen, lo cual les otorgaba una membresía étnica. Así, este tipo de relación basada en la participación comunitaria en asuntos agrarios, civiles o ceremoniales les permitía continuar siendo indígenas allá, pero indígenas urbanos. Esta estrategia de buscar mejores condiciones de vida —laborales, educativas o de salud— en la urbe funcionó para muchas comunidades al grado que lograron consolidar verdaderos enclaves étnicos.

Producto de estas migraciones, en la Ciudad de México viven hoy en día algo más de un millón de personas que se autoadscriben como indígenas, y estas comunidades hablan 57 de las 68 lenguas indígenas que se habla en el país. Sin embargo, la presencia indígena en la ciudad ha sido largamente soterrada, invisibilizada e incluso negada, tanto por la población común como por las instancias gubernamentales; todo parece estar bien si pasan desapercibidos, si continúan ahí en las alturas anudando varillas, en los sótanos de las construcciones colando los cimientos, en el servicio doméstico, en las taquerías o en el comercio ambulante, incluso si realizan reivindicaciones culturales o lingüísticas pero no si comienzan a exigir sus derechos políticos.

Aniversario de 25 años de casados de la familia Flores López, comunidad triqui de Candelaria, octubre 2017. D.R Iván Pérez Téllez

Pese a que hoy en día la Constitución Política de la Ciudad de México reconoce, en su artículo 58, el carácter pluricultural, plurilingüe y pluriétnica de la ciudad, lo cierto es que en el imaginario citadino se continúa considerando que lo indígena es propio de las regiones apartadas —agrestes, campesinas— y le resulta chocante que se hablen tantas otras lenguas distintas al castellano en la ciudad. Esta dificultad para tratar con la alteridad trae aparejada una serie de actitudes que no abonan en la convivencia de una ciudad, y un país, donde incluso reconocen constitucionalmente la existencia de los pueblos indígenas. Por el contrario, con la hegemonía de la narrativa de la nación única, monocultural y monolingüe, se fomenta el racismo y la discriminación, pues se anula la diferencia y la diversidad étnica en la Ciudad de México.

Cuando realicé trabajo de campo en ciertas regiones indígenas y me hospedaba en la cabecera municipal, por ejemplo en Chiconcuautla, en la sierra norte de Puebla; era chocante para los monolingües del castellano que se hablara náhuatl en esta sede de los poderes político-administrativos y religiosos, les parecía casi una aberración, y lamentaban que las políticas educativas indigenistas no hubieran inhibido por completo su enseñanza, aprendizaje y transmisión, era para ellos un signo de rezago. En la Ciudad de México parece no ser tan distinto.

 

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