POR: KARINA GONZÁLEZ ULLOA/ vogue.mx/
‘Hay un México bárbaro que a todos nos da miedo‘. El artista Francisco Toledo estaba en lo cierto cuando lo dijo, pero si hay algo que caracteriza a nuestra tierra es su dualidad. Ante nosotros, vemos un México en el que queremos cerrar los ojos, del que se habla en susurros, así como otro que nos emociona con solo contemplarlo tan revestido de talento y colores, una polifonía de elementos que, de juntarse, crearían un titán de interesante complexión. Caminar por México es maravillarse a cada momento, particularmente si se decide hacer una parada en un lugar que amó este artista: Juchitán de Zaragoza, Oaxaca (de dónde son los muxes).
El tiempo, las conquistas e incluso las tragedias naturales han pasado por este territorio zapoteca que se esconde entre los montes, en el que viven personas que se rehúsan a caer desde tiempos prehispánicos. Aquí los minutos transcurren de una forma muy distinta: sientes cómo el calor se apodera gentilmente de cada centímetro de tu cuerpo, sales de tu casa para descubrir que el simple hecho de dar unos cuantos pasos hace que tus pies se fundan con su tierra fértil, alzas la mirada, y no muy lejos de ti, descubres que en la banqueta de tu vecina hay una persona que sobre una base de madera apoya un gran fragmento de terciopelo hasta estirarlo, y que con la más sagrada de las delicadezas va dibujando poco a poco flores sobre la tela.
Una de las esquinas de la base tiene hilos de colores que van de par en par atravesando una aguja ‘capotera’ para transformarse en puntadas que van al unísono de esa ligera brisa que se siente en el aire. La persona que se encarga de esta perfecta ejecución es un hombre lánguido con unos huaraches de cuero, shorts largos de lino y una guayabera tan blanca como sencilla, que contrasta con su piel tostada por el sol y una melena tan negra como el carbón con rizos perfectamente imperfectos que se mueven a la par del viento. Siempre sonríe, sus movimientos sutilmente femeninos lo definen, es un muxe (o muxhe): un tercer género que vive y se expresa libremente en este lugar.
© Fotografía:Tim Walker// Realización: Kate Phelan
Es imponente, sin duda, ‘¿cuándo la volveré a ver?‘, ‘¿cuándo estará terminada?‘, me cuestioné en ese momento, porque todo lo bien hecho lleva tiempo, ¿no es así?. Después de un año (tal vez un poco más) veo ese huipil nuevamente, esta vez portado por una mujer en la Vela de San Vicente Ferrer –una de las fiestas religiosas más importantes de este lugar junto a la Vela de los muxes– que se realiza en el mes de noviembre y que atrae personas de todas las nacionalidades que podamos imaginar. Aquí las mujeres saben que si quieren algo apolíneo y perfecto para mostrar en esta gran festividad, la mano de un muxe es la única que puede lograrlo, algo que solo aprendes con el tiempo.
¿Quiénes son los muxes?
‘Ser muxe es una dualidad. Llevamos el rol dependiendo de las circunstancias, puede ser que en ocasiones me vea como un hombre y en otras ocasiones como una mujer’, esta voz le pertenece a Pedro Enrique Godínez Gutiérrez, una persona que si ves que camina a paso seguro por las calles de Juchitán, también le puedes decir: La Kika, quien amablemente te devolverá una sonrisa. Él, además de ser muxe, es el Director de Diversidad Sexual del Ayuntamiento de Juchitán. La Kika es conocida por ser una activista desde hace 20 años en favor de la comunidad muxe. ¿Quién mejor que él para explicar esta dualidad? Él convive día a día con todo lo que conlleva representar y cuidar de este grupo que define una parte intrínseca de la identidad de Juchitán.
Biniza Carrillo bajo el lente de Tim Walker para Vogue México
© Fotografía: Tim Walker// Realización: Kate Phelan
Sentados en un café como dos viejos amigos, me cuenta todo lo que ha pasado desde que me fui, de todas las velas, las cosas que me he perdido y de las que ya no me percato en mis visitas esporádicas –hace ya mucho tiempo que cambié de código postal– así como de lo que percibía en ese entonces y que ahora aprecio bajo otra mirada. Fue como darle el valor correcto a algo que siempre estuvo ahí y que para mí era cotidiano, casi ordinario; solo cuando me alejé de mi hogar, aprendí que nada podría estar más lejos de la realidad –fue entonces cuando que me di cuenta del privilegio y gran fortuna que fue crecer entre muxes–, qué gusto sentarme ahora frente a ellos para escuchar de otra forma esas voces.
‘Desde pequeño me inclinaba por lo femenino, pero también me llamaba la atención lo masculino. Aunque vivo en un lugar en el que hay más apertura al respecto, tuve que lidiar con el bullying y muchísimos reportes escolares, eran tantos que mi mamá decía que ella pasó más tiempo en la escuela que yo’, confiesa entre risas. La Kika admite ante un café helado que nunca permitió que se burlaran de él ni que lo hicieran menos, aguerrido como buen juchiteco, se defendía de todos.
Fueron esas experiencias las que lo llevaron al puesto que tiene hoy y a comprender de mejor manera, la responsabilidad de estar a cargo del cuidado de una comunidad que lidia con el VIH o la diabetes. ‘Tenemos casos de compañeras de la tercera edad a las que, desafortunadamente, les han cortado las piernas como consecuencia de la diabetes: a ellas las ayudamos a conseguir empleo en una fonda o les enseñamos a bordar con la intención de que trabajen desde casa o en un sitio cortando verduras o cocinando, animándolas y logrando que vean que la vida aún no se acaba’.
Con esto en mente, fui a una de esas fondas a pedir el pollo garnachero que tanto extrañaba… Ahí estaba un muxe cortando cebollas y tratándome con la calidez con la que se trataría a una nieta.
¿De dónde vienen los muxes?
Hay dos historias que tratan de explicarlo. Una dice que San Vicente Ferrer (el santo patrón de Juchitán) tenía un bolso con agujeros en su ropa del que se dejaron caer, mientras que otra historia cuenta que entre su andar por el mundo, el beato llevaba siempre consigo tres bolsas: una con semillas masculinas, otra cargada con feminidad y una tercera en la que ambas se encontraban revueltas; fue esta última la que se rompió sin querer sobre Juchitán, se dice que por eso hay tantos muxes en este lugar.
Esa antigüedad no evita que lidien con los problemas contemporáneos. Algunos de estos son el racismo, la violencia e, incluso, tratar de levantar su casa, particularmente después de la tragedia que hace tan solo un par de años asoló terriblemente a Juchitán con un terrible sismo: las grietas aún permanecen como heridas abiertas entre las calles y las casas de los lugareños, como bien lo cuenta La Kika, a quien se le corta ligeramente la voz al hablar de la impetuosidad que durante los últimos años ha reinado en las calles: ‘Corazón, hasta ahora llevamos como nueve casos de crímenes de odio, hemos ido hasta la ciudad de Oaxaca a hacer demanda sociales y de justicia porque han sido perpetrados con actos terribles’, la sonrisa se le borra por unos instantes, pero me recalca que por parte de la fiscalía ya hay vigilancia: los cuidan, porque eso es exactamente lo que hace una comunidad cuando tiene ese sentido de unidad.
¿Cómo viven los muxes?
Juchitán es un sitio que desde hace milenios ha sido comerciante, los que viven ahí poseen un carácter necio, no les gusta doblegarse: aquí la mujer es tan fuerte como el hombre y el muxe tan respetado como cualquiera de ellos, son una familia prehispánica que en muchos sitios irónicamente podría considerarse moderna. Aman la fiesta, el trabajo, muestran un profundo respeto a la familia y a los adultos mayores, pero también adoran a los nuevos amigos. Los ‘tecos’ olvidan las tragedias trayendo del recuerdo las historias más bonitas, mientras que echan la bendición sobre la tierra de los viajeros que pasan por su gloriosa tierra. En el caso de La Kika, Felina, Cony, Estrella, Peregrina, Mística, La Toya, Biniza, Pitufina, Angélica y las otras hijas de San Vicente, puede decirse que tienen el corazón tranquilo porque son lo que siempre han querido ser.
Muxes en la edición de Diciembre 2019 en la revista Vogue México. Fotografía: Tim Walker
© Fotografía: Tim Walker// Realización: Kate Phelan
Representan el poder del tercer género, de una comunidad que ni siquiera el siglo XXI es capaz de encasillar. Sus historias conforman un caleidoscopio imposible de entrar en escasas páginas. Gubixha bizaani guirá neza guzá ca, significa en español que el sol iluminó todos los caminos por los que han andado, tal vez sea por eso que salen a la calle sin miedo, con una flor de guie’xhuba que adorna su trenza, un huipil ligero, enaguas de rimbombantes colores y con una mirada que exclama: rigua’ ndaya lu xneza lu (echo la bendición sobre tu camino). Es imposible negar que hay un México que no nos gusta ver; sin embargo, su verdadero encanto reside en que posee una dualidad que aún hoy se rehúsa a ser domada. Es por eso que los muxes son conocidos-desconocidos que muestran que el respeto y la igualdad no debería ser una fantasía imposible de encontrar. Son esa leyenda viviente, capaz de comprobar que una magia ancestral aún camina sobre nuestra tierra.
Estrella, fotografiada por Tim Walker para la portada de Vogue México
© Fotografía: Tim Walker// Realización: Kate Phelan
Agradecimiento especial al Hotel Capri Huatulco, en Bahías de Hatulco por todas las facilidades otorgadas para esta producción.