Por Horacio Corro Espinosa
Han ido y venido presidentes municipales, y todos han prometido en sus campañas electorales, que ahora sí organizarán el comercio ambulante y los mercados. Parece que este tema es el talón de Aquiles de todos los candidatos, o es la mentira hecha verdad para conseguir votos.
Uno de todo el montón de presidentes, tuvo que nombrar en la regiduría de mercados, a un regidor suplente de otra regiduría para lograr la reubicación de los comerciantes ambulantes. Desde luego que, con esa decisión, violaron la ley orgánica municipal.
Hubo otra administración que, desde el primer día de mandato, aplicaron un montón de reglamentos para los tianguistas, vendedores ambulantes, mercaderes, y demás giros del comercio. Desde luego que ninguno de los reglamentos que inventaron tuvo buena suerte, pues todo quedó en «ya veremos».
Otro presidente, dijo en sus últimos días de administración, que seguiría luchando para organizar el comercio ambulante, cuando detrás de todo, aseguró, existía la corrupción convertida en costumbre arraigada.
Las calles de Oaxaca, no nada más de la capital, sino de todos los municipios del Estado, desde hace muchos años han sido escenarios de ventas. En cualquiera de estos puestos puedes encontrar desde ropa, hasta verduras y frutas.
Y lo que nunca falta en todos los municipios donde se aglomeran esos vendedores: allí llega cada día o cada semana, según el acuerdo, cierto personaje a quien los comerciantes banqueteros y bien entendidos, no se le hacen ojo de hormiga para caerse con su chivo.
Se trata, coincidentemente, de un personaje con las mismas características en todo lugar: mal encarado, de lentes oscuros, voz rasposa, que a su arribo a los lugares de venta, pone en práctica el chivamiento, en plena acera o a media calle, le da igual.
Este tipo, el cobrador, recorre cada puesto entre los reducidos pasillos. Son tantos y tan desordenados, que se lleva su buen rato recaudando dineros.
El tipo cobrón, que obtiene ganancias productivas de sus víctimas, conforme camina, su chivo se le va haciendo grandotote y bien totopeado. Los que no pueden aportar un cuadrúpedo de cuatro patas de esa robustez, de todos modos, colaboran con chivatitos menores, ya que de grano en grano llena la gallina el buche. Sólo así quedan en libertad de vender flores, telas, queso, plantas, alfileres, tamales, fayuca, chicharrón y salsa en bolsitas, tifoideas y carteles de artistas, pericos, bisutería, globos, chácharas, bendiciones y maldiciones.
Hace años, yo no entendía, y sigo sin entender, por qué les llaman «ambulantes», si a todos esos no los mueve ni la grúa.
Antes, algunos comerciantes de servicios no tenían puesto ni rumbo fijo, ellos caminaban, deambulaban de veras, con su mercancía o su herramienta a cuestas. Iban de casa en casa, de calle en calle, de barrio en barrio, pregonando tamales, ollas que soldar, caños que destapar, sombrillas que componer, los gelatineros iban con su tabla al hombro; y los panaderos, con su canasto en la cabeza; los afiladores, los del carrito de camotes, y los de paletas, y los del triángulo que suenan y suenan y nadie les compraba obleas.
Hoy, por ejemplo, meterse al zócalo de la ciudad capital, no sabe uno si hay más visitantes o vendedores ambulantes. Son tantos, que el Presidente municipal tuvo que quitar las letras metálicas que estaban frente a la iglesia de Santo Domingo, y donde la gente se fotografiaba para presumir su visita a Oaxaca, solo para colocar a otro montón de vendedores que ya no cabían en la plancha del zócalo y calles inmediatas.
El Presidente de la ciudad de Oaxaca, Oswaldo García Jarquín, sabe que el ambulantaje nunca se va a terminar, por eso, poco a poco, irá solucionando este problema. Bien dice la 4ª Transformación: primero los pobres. Primero los ambulantes.
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