En septiembre de 2019, la saxofonista oaxaqueña fue rociada con ácido, el cual quemó gran parte de su cuerpo // Mientras ella intenta recuperarse, el autor intelectual de la agresión continúa prófugo de la justicia
El saxofón de María Elena Ríos Ortiz quedó solitario y silencioso en un cuarto en Huajuapan, Oaxaca, con su estuche corroído por el ácido sulfúrico. Su dueña vive refugiada en otro lugar, dañada del cuerpo y del alma, como ella dice, buscando estar lejos del alcance del agresor que pagó 30 mil pesos a dos hombres, empleados suyos, para que vaciaran dos litros del químico más corrosivo en el rostro, los brazos y el pecho de esta joven.
Eso ocurrió el 9 de septiembre del año pasado. Han transcurrido cinco meses y en muchos momentos, en este tiempo, María Elena ha deseado haber muerto, porque no quiero, no acepto estar en este cuerpo doliente. Pero en otros momentos admite: Cuando una mujer quemada queda viva, no nos queda otra que ser fuertes. Y para mala suerte de Juan Antonio Vera Carrizal, mi agresor, yo quedé viva.
Male cumplió 27 años el 18 de febrero. Habla en entrevista por primera vez y transita por la historia de este sádico crimen de odio feminicida, a ratos bañada en lágrimas y por momentos con una determinación asombrosa. En ningún momento pierde la perspectiva del contexto. En cinco meses, desde que me pasó esto, 20 mujeres han sido asesinadas cada día. Esto que vivimos las mujeres ahora en México no es normal, es un retroceso de la humanidad, una falla en la evolución.
Recuerda que cada vez que ella planteaba el fin de la relación abusiva que tenía con Vera Carrizal (un hombre casado de 56 años, con hijos adultos, ex diputado del PRI, dueño de 16 gasolineras en Oaxaca y propietario de la radioemisora La Grandiosa y varios portales de noticias en Huajuapan) él reviraba: Si eso es lo que quieres, no mereces vivir.
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