Las otras verdades / Eduardo Cruz Silva / APIM
Para aquellos que conocen un poco que en la política mexicana no existen cánones establecidos, ni se responde a una lógica previsible, la llegada de Alejandro Avilés Álvarez, a la dirigencia estatal del PRI en Oaxaca, sólo se puede entender como un pago de favores.
Todos saben que desde el congreso estatal el ahora dirigente priísta se dedicó a generar las condiciones adecuadas que permitieran al hijo de José Murat Casab, llegar a la candidatura a la gubernatura de Oaxaca, sin obstáculos legales. De igual forma se dedicó a zancadillear a todos aquellos que aspiraban la misma nominación.
Los famosos amarres que Avilés Álvarez, realizó mucho antes que iniciará el presente proceso electoral, fue la de ofrecer candidaturas a diputaciones locales y presidencias municipales a diestra y siniestra. Ya empiezan a surgir las primeras evidencias, que a todas les tasó un precio y el dinero de muchos incautos ofrecieron fue a parar a sus bolsillos.
Tan le es conocida su debilidad por la uña, que fue necesario colocarle un contrapeso en el manejo de los recursos del PRI estatal, sobretodo en estos momentos que moverá mucho dinero por el proceso electoral. Para ello, fue designado Donato Casas Escamilla como Secretario de Finanzas y Administración, una persona que sólo responde a los intereses del candidato Alejandro (sin apellidos).
Sin embargo, para muchos fue una verdadera sorpresa que aquel rollizo muchacho, que no tenia ni para comer y que se inició en la política como “damo” de compañía del ahora diputado federal Candido Coheto, con el paso del tiempo y gracias a sus dotes para transar llegara a encabezar la dirigencia estatal del PRI en Oaxaca.
Apenas se dio la llegada de Avilés Álvarez al Comité Directivo Estatal del PRI y empezaron los reclamos porque no estaba respetando la venta de candidaturas que ya había pactado, entre ellas las de Tehuantepec, Ocotlán, Ejutla y no dudamos que surjan más con el paso del tiempo. Algunas, tienen un claro viso de futuras complicidades como la de San Pedro Mixtepec, en donde se quiere imponer a la fuerza a un verdadero gorila de la política oaxaqueña como lo es Fredy Gil Pineda Gopar.
Apenas la semana que recién acaba de concluir, un grupo de militantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI), denunciaron ante la Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE), al dirigente priísta Alejandro Avilés Álvarez por presuntamente “vender” las candidaturas a presidencias municipales y diputaciones locales.
La columna posee la documentación y folio con la cual fue recibida la denuncia de manera electrónica. Pese a ello, dudamos que la denuncia presentada, así como otras más que de manera pública han externado algunos afectados llegue a prosperar, si no cuentan con algún tipo de evidencia que compruebe su dicho.
Un partido político que intente demostrar a la ciudadanía que se conduce con rectitud, no puede cargar con la cruz de tener un dirigente cuestionado en su honestidad. No es una buena señal la que se manda a los militantes y los electores.
Se dice que la moralidad es muy amplia y cubre todos los ámbitos de la vida humana, en lo económico, lo social y lo político. Todas las personas, aun la más humilde y sencilla, somos agentes morales en el sentido de que somos capaces de actuar moralmente en forma correcta o incorrecta en cualquier campo.
Sin duda hay que aceptar que la inmoralidad social y la corrupción política están íntimamente interconectadas, ambas son dos caras de una misma moneda, se alimentan entre sí. En un país donde la corrupción política se tolera abiertamente podemos estar seguros de que sus pobladores están faltos de moralidad. Al aceptar la corrupción política como un modo de vida, la gente también acepta la deplorable realidad de que la única forma de acceder a un modo de vida decente es haciendo trampas y truculencias de toda clase.
Es por eso que el ciudadano común llega a despreciar el lenguaje político sensato que pide moralidad, y que también pide solidaridad hacia los problemas de otros y así, se tornan fácil presa de quienes controlan los instrumentos de poder, como bien lo hizo desde el congreso Avilés Álvarez.
De esta manera, el individuo que acepta la corrupción acepta la ilegalidad y la injusticia. Estos son algunos efectos perniciosos que la clase política corrupta produce en la población, a la cual le hace creer que esa es la manera normal de funcionar en la sociedad.
Es triste y lamentable decir que la sociedad oaxaqueña está bien representada por su clase política, la cual se ha vuelto mayormente corrupta, deshonesta, notablemente mediocre, intolerante, confortativa, con pocas muestras de inteligencia política, con desprecio por los valores democráticos, con tendencias claras al fraude, a las truculencias y hasta la conspiración contra órganos del mismo Estado. La biografía y carrera política del nuevo dirigente priísta de Oaxaca nos puede servir ejemplo, aunque él ni se ruborice.