Por: Horacio Corro Espinosa
A la política siempre se le ve desde afuera como algo pestilente y asquerosa. Es probable que haya unas cuantas personas que no estén convencidas de ello. Los primeros en saberlo, son los políticos, con la diferencia de que a ellos les vale, por eso participan dentro de ese chiquero.
La política es un mundo tenebroso y siniestro, donde lo normal es que todos cometan contra los demás todas las traiciones, deslealtades y perversidades que se les pueda ocurrir.
Dentro de la política vive la corrupción, misma que tiene múltiples significaciones, entre las más destacadas está el tráfico de influencias, el soborno, la extorsión, el fraude, la malversación, el incumplimiento, el caciquismo, el compadrazgo, el nepotismo y la impunidad.
Al final de cuantas, la corrupción es un ambiente de putrefacción social, y por lo mismo, en nuestro país la padecemos tanto.
La corrupción que deja Peña Nieto y que dejó crecer sin ningún recato, parece que nadie la puede parar. Lo que este sexenio creó, fue una enfermedad altamente infecciosa que se manifiesta por el descarado egoísmo y la falta de justicia. Por la falta de ésta última se han destruido los valores.
¿Desde cuándo o con quién inició la corrupción? Desde luego que habrá un montón de teorías, y dentro de éstas, está la recriminación al gobierno, pero si la corrupción existe, es porque las autoridades la promueven, y si la sociedad es corrupta, es porque a sus dirigentes les conviene el ambiente nauseabundo.
Un gobierno legitimado, decente, con aprobada raíz popular, está más alejado de caer y propiciar la corrupción; no así, un sistema impuesto que compró su lugar con dinero.
Si echamos una mirada hacia atrás, ninguno de los gobernantes pagó por no respetar los principios de la ética política. Ni Salinas ni Zedillo ni Fox, ni Calderón ni La Gordillo, aún cuando se nos dice que estuvo en la cárcel. Esta mujer seguirá violando todo principio ético y moral.
Si se le preguntara a Salinas de Gortari, o a la Gordillo, o a Napoleón Gómez Urrutia, o a Marcelo Ebrard, qué piensan sobre lo éticamente bueno, o sobre qué es la moral. Probablemente dirían, cómo lo dijo Gonzalo N. Santos: «la moral es un árbol que da moras”.
Es probable que por todo lo perdido en nuestro país, el presidente electo López Obrador, quiera hacer ahora una “Constitución moral”, sin tener la mínima idea de lo que eso significa. Primero, porque su partido es un nido de ratas, matones, narcotraficantes, huachicoleros y demás; y segundo, porque el primero que resultaría lastimado sería Obrador y después su gabinete.
No existe norma moral más eficaz que el ejemplo. Entonces, ¿para qué una “Constitución” escrita? En este momento, México necesita acciones no doctrina.
Pero… ¿y qué les parece si le pedimos a López Obrador, que nos comience a demostrar que él es un hombre de integridad?
No puede, ¿verdad? Con razón está proponiendo muletas para el país: una “Constitución moral, ¡bah!
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