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La enfermedad por el poder

May 11, 2016

Por Horacio Corro Espinosa

Si pudiéramos medir en kilos o en metros el orgullo y la arrogancia que carga nuestro Presidente municipal Luis de Guadalupe Martínez Ramírez, ¿cómo cuánto sería?

Seguramente su excesiva soberbia, su arrogancia y auto confianza lo orilla a despreciar sin piedad los límites que hay entre la autoridad y el pueblo.

El control tan férreo que tiene sobre sus regidores agachones y de vergüenza, hace que actúe de manera tonta y contra el sentido común.

No cabe duda que el comportamiento de los políticos, unos más que otros, tienen el tufo de la inestabilidad mental. Ese tufo, esa petulancia o vanidad, la tienen hasta el tuétano porque en ellos no existe el elemento necesario de la humildad. Cuando este elemento no está presente en una persona que se cree poderosa, se encamina directamente hacia la locura. Eso es la embriaguez del poder.

Cada vez que la gente me comenta algo sobre el Presidente municipal, Luis de Guadalupe Martínez, me doy cuenta que él busca el poder para autoglorificarse. Tiene una preocupación exagerada por su imagen política. Cuando puede, a la menor oportunidad, asegura que su administración es la mejor de la entidad y que por lo mismo los ojos de los comunicadores están sobre él. Asegura que el único que lo puede juzgar es el tiempo, la historia, y que algún día todos lo reconocerán. Parece que Martínez Ramírez ya perdió contacto con la realidad por eso ha cometido actos impulsivos. Muchas veces se ha dado libertades poco más allá del desafío a la ley y los reglamentos. Todo esto ha afectado el bienestar del pueblo que representa bajo el consentimiento de sus mismos regidores.

A su soberbia, a su arrogancia, a su autoconfianza hay que agregarle un poquito de narcisismo y otro poquito de bipolaridad. Todos estos elementos provocan su manía de grandeza con periodos de depresión.

Luis de Guadalupe sabe que su tiempo está contado para que pierda el poder. Sabedor de eso, ha creado una cura para mantenerse en forma indefinida y alimentar su trastorno. Está creando una extensión de él para seguir montado en el poder municipal, así como lo hizo con su hijo, quien sin ninguna experiencia y con muy poca capacidad intelectual lo colocó en una curul para manejarlo a su antojo.

Y a qué viene todo esto dirán ustedes. Pues es tal la obsesión de Luis de Guadalupe por dejar huella, no huella por su trabajo político o administrativo, sino para que se le recuerde por sus monumentos y por las figuras en las paredes, que con eso, ha humillado al pueblo.

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Muchos de ustedes han de haber visto unos azulejos de color crema y azul que lucen en la parte superior de la fachada de la casa de la cultura. Hay otros en la esquina de Colón y José López Alavés, y otros más en el interior de la presidencia municipal, alrededor de la fuente, en la planta baja.

En este lugar fue el primer sitio donde colocaron esos azulejos. Después de que los albañiles terminaron de hacer su trabajo, el Presidente, junto con algunos regidores fue a supervisar el encargo. Todos dijeron que habían quedado muy bien. Pero Martínez Ramírez les ordenó a los trabajadores que los quitaran porque estaban invertidos. Así que los despegaron porque tenían la forma de “W”, y él los quería en forma de “M”.

Después de varios días de trabajo de los señores albañiles, el presidente aprobó la obra. Las M’s quedaron como él quería, ya que quiere perpetuar su apellido Martínez y el de su segunda esposa: Maza.

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Eso es marcar su poder, su territorio sobre el humillado pueblo. Esto de las M’s lo saben los regidores y lo han permitido por agachones.

¿Alguien puede sacar la cuenta en kilos o en metros el orgullo y la arrogancia del presidente Martínez?

Twitter: @horaciocorro
Facebook: Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx

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