Por Horacio Corro Espinosa
Hace años, existió aquí un reino de fábula. Sucedió que un pato hembra empolló cinco huevos, y cierta mañana: «poc», que se rompen uno tras otro de los huevos. De 4 de ellos salieron unos hermosos patitos a quienes mamá pata acarició con deleite. Ah, mis hijines, tan lindos y tan suaves sus plumas, decía.
Pero del quinto cascaron fue saliendo un pato feo, jorobadón, gordo, y muy ojón el plumífero ese para ser pato, dijo la mamá. Pero que pato tan más feo me tocó. ¿Será retrasado mental?, o a la mejor ¿futuro diputado?, o ¿presidente municipal?, o ¿regidor? Qué mala pata la mía.
A ver niños, vamos al estanque para que reciban su primera clase de natación. Para donde caminara mamá pata, la seguían los cuatro lindos patitos. Los animales del bosque se detenían a ver el último pato por feo.
Y cosa curiosa, el pato ese sabía nadar de crol, de muertito, de mariposa, de vuelta y media, de pecho y a dos manos. Ya de regreso a casa le preguntó mamá pata: a ver, ¿sabes poner huevos? No. Pues entonces eres un perfecto inútil. De merolico no pasarás. Y el gato le preguntó: a ver, ¿sabes arquear el lomo, ronronear y esconder tus cosas? El patito feo tuvo que reconocer que ignoraba semejantes lindezas. Entonces, si no sabes esconder tus cosas ni intentes hacer carrera política.
Por ahí de la madrugada, su mamá lo vio llorar, y por primera vez lo acaricio en las sombras. ¿Sabes madre?, le comenzó a contar. El búho me dijo que por la facha que tengo debo de ser un reverendo inepto, y me agarró a aletazos. Hay hijo mío, le decía la pata. La seño liebre me aseguró que nunca podré correr como dios manda, y trató de arrancarme la chompeta, que si no me agacho… hay, pobre de mí, decía la señora pata.
Y la madre, madre al fin, al otro día por la mañana le dijo a sus otros cuatro hijitos: quiero que me esperen porque voy al cielo a ver al dios de los patos, y quien me acompañará será su hermano.
Y al llegar con la divinidad de los patos le dijo: sírvete echarle un ojo a mi hijo porque quiero hacerte una manda, pero con la condición de que me lo hagas menos feo, menos tonto y menos jorobado; y se puso a llorar la madre.
Calmada buena mujer. A ver, dijo el dios de los patos. Que salga un gavilancillo a la tierra de los patos con un mensaje mío para todos ellos. Y ahora levántate, vuelve a la tierra que vuestras penas han terminado.
Y cuando llegaron a la laguna que los recibe una lluvia de confeti, música de banda y muchas matracas, silbatos y demás instrumentos que hacían ruido. Pero patito feo, espantado por tanto ruido, que se echa al agua, y qué creen, que se convierte en un soberbio cisne que arqueaba el pescuezo. Entonces veía a todos por encima del hombro.
Los animales del bosque fueron avisados por el gavilancillo que el pato feo sería el bueno para ocupar el cargo más importante en el ayuntamiento municipal. Así que desde entonces le clamaban al unísono. Ahí estaban grillos, licenciados, y periodistas, de esos que nunca faltan. A partir de entonces dijeron todos que sus alas eran de nieve, que su pico era de oro, que su plumaje era reluciente y tenía majestuosidad y elegancia al caminar.
Vamos muchachos: a la bío a la bao, y el cisne arqueaba el lomo y se dejaba querer. De todas formas aunque me aplaudan, pensaba, no saben la que le espera al gato, a la liebre y al búho por su mal dormir. Pero de mí se van a acordar toda su vida.
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