Las otras verdades / Eduardo Cruz Silva
El novelista y ensayista estadounidense Wendell Berry, en una de sus mejores reflexiones sobre la violencia social expresa: “La violencia engendra violencia. Los actos de violencia cometidos en la «justicia», en la afirmación de «derechos» o en defensa de la «paz» no acaban con la violencia. Ellos preparan y justifican su continuación”.
Todos los días y a todas horas los medios de comunicación difunden noticias sobre asaltos, asesinatos, violaciones, secuestros, agresiones, bloqueos carreteros o de calles, tomas de oficinas de gobierno o comercios y sinfín más de manifestaciones de violencia social. Muchas de ellas, convertidas en temas virales en las redes sociales sin un contexto y enjuiciadas de manera simplista.
Lamentablemente, estas situaciones se han vuelto tan frecuentes en todas las entidades del país que ya no nos sorprenden y acabamos por considerarlas normales. Pero no debe ser así; la violencia nos despoja de nuestra cualidad de seres racionales para convertirnos en salvajes.
Dicen los especialistas en la materia que “La violencia es un comportamiento deliberado, que provoca daños físicos o psíquicos a otras personas a través de amenazas, ofensas o el uso de la fuerza. Es el comportamiento característico de los seres irracionales que pretenden imponer su criterio como sea, utilizando cualquier método y sin importarles las consecuencias”.
Evidentemente, aunque la violencia ha aumentado y se ha perfeccionado en los últimos tiempos, no es de modo alguno un fenómeno reciente. Las acciones violentas, en sus distintas manifestaciones, datan de tiempos inmemorables; podríamos decir que existe desde que el hombre apareció.
En la historia cristiana, según los relatos bíblicos, el primer hecho de violencia extrema ocurrió cuando Caín mató a su propio hermano Abel por envidia. Caín no sólo asesinó, sino que además negó haberlo hecho y pretendió evadir el castigo. La historia se repite de manera similar en nuestros días: hijos que matan a sus padres, hermanos que se traicionan, tíos que secuestran.
Por otra parte, muchos historiadores consideran que las guerras, las revoluciones, los alzamientos, rebeliones o matanzas son la sustancia misma de la historia, lo más importante de ser narrado. Según estos, la violencia nace con el hombre y forma parte de su naturaleza. Si esta afirmación fuera cierta, estaríamos todos condenados a ser violentos. Entonces, ¿dónde queda la libertad humana para optar por el bien o el mal?
Los seres humanos no somos buenos ni malos por naturaleza, sino libres para optar por cualquier tendencia. Si elegimos la violencia, estamos encaminando nuestra libertad hacia lo malo y le damos un sentido negativo a nuestras vidas, porque la violencia excluye valores como la igualdad, la libertad, la tolerancia, el respeto a la dignidad y a la autonomía del otro.
En la sociedad civilizada, las personas solucionan sus problemas y desacuerdos por medio del diálogo racional y no por la imposición. La idea de progreso, libertad, democracia, pluralidad, derechos humanos, etcétera, son valores que no pueden coexistir con la violencia.
En esa vorágine de violencia que asola a Oaxaca y México, se puede decir que mucha de ella se origina desde la trinchera de un fundamentalismo ideológico y político. Se dice que el fanatismo es la contrafigura del ideal del imperio de la razón, es decir, del discurso universal, racional y sin presupuestos sobre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. Un discurso así debía ser posible y fecundo porque la razón, como escribió Descartes, es la cosa más uniformemente repartida del mundo.
En el caso de Oaxaca, llevamos más de 80 días sometidos a las vejaciones y atropellos de los integrantes de la Sección 22 y la embestida contra la sociedad parece no tener fin. Más reprobable es aún, la actuación de un gobierno omiso ante la violencia disfrazada de protesta social. Se nos olvida que cuando se antepone la sinrazón pierde legitimidad cualquier lucha por más justa y noble que sea.
México y principalmente los estados sureños como Oaxaca son una sociedad en donde su tejido social ha sido socavado desde hace mucho. Los valores morales, cívicos y humanos se dejaron de cultivar y hoy estamos pagando las consecuencias con de una espiral de violencia sin precedente, que en algunos casos horroriza.
Es hora de dejar de ser indiferentes, de poner un alto a cualquier manifestación de violencia venga de donde venga. México y en especial nuestra entidad ya se han desangrado mucho y los caminos que estamos transitando sólo conducen a la devastación y a la aniquilación como sociedad. Sí ese es el propósito de la lucha magisterial de Oaxaca, lo están logrando con calificación de excelencia.