Por: Moisés MOLINA
EL 5 de abril de 1887 Lord Acton escribió una carta a su amigo, el obispo anglicano Mandell Creighton, a propósito de su “Historia del papado durante la Reforma”, entre cuyas líneas se puede leer:
“No puedo aceptar su doctrina de que no debemos juzgar al Papa o al Rey como al resto de los hombres con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal. Si hay alguna presunción es contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Hay que decirlo en lenguaje llano y claro:
hoy tenemos en México, por increíble o exagerado que parezca, dos Presidentes, uno Constitucional y otro de facto. El primero que parece haberse ido ya antes de terminar su periodo legal y el otro, López Obrador, que ha tomado ya las riendas de la toma de decisiones cuidando, al filo de la navaja, las formalidades.
He sido atento testigo del argumento unánime de los activistas cibernéticos del obradorismo: “espérense a que llegue”, “todavía no se sienta”, “la cuarta transformación aún no comienza”. Por citar solamente los más mesurados.
Y es que, desde mi punto de vista, la “cuarta transformación” ya está en curso, con toda su luz y su sombra. Y no inició el primer domingo de julio, sino desde el momento en que quedaron listas las candidaturas a cargos de elección popular por parte de los partidos que López Obrador llevó al poder (no al revés).
Hoy sabemos que AMLO hubiese ganado sin hacer campaña.
Él y su equipo lo sabían. Era tal la contundencia de las proyecciones que incluso un “fraude” se hacía impensable.
En Oaxaca vimos a funcionarios de casilla rellenando desesperadamente boletas en blanco a favor de AMLO. Particularmente, no creo que hayan sido infiltrados de la estructura obradorista. Más bien yo vi a ciudadanos hartos, molestos, indignados con el estado de cosas en el país igualmente temerosos de un posible fraude en contra del candidato de la esperanza.
Hay que decirlo igualmente claro. A Peña Nieto, Meade y Anaya los alcanzó la fulminante sentencia de Luis Donaldo Colosio: “Lo que los gobiernos hacen, sus partidos lo resienten”. Ni más ni menos.
Doce años de gobiernos panistas marcados por el desencanto y la violencia, y un sexenio donde el PRI perdió su oportunidad histórica de congraciarse con los electores que le permitieron ser, una vez más, ser opción de gobierno.
Que las impopulares decisiones del Presidente Peña fueron responsables y eran necesarias, es harina de otro costal. Eso lo entienden los científicos sociales, no el votante de a pié que se acordaba de EPN solo cuando hacía escala en las gasolineras.
Las gasolineras fueron, me atrevo a decirlo, los principales comités de activismo contra el PRI que López Obrador supo capitalizar. ¿Cuántas gasolineras hay en el país?
Sin embargo me lamento en decir que con el nuevo gobierno no estaremos mucho mejor que antes. El obradorismo no es la panacea y de hecho representa un riesgo mayor.
¿La razón? Los mexicanos le entregamos el poder absoluto.
Como en los mejores (o peores) tiempos del PRI, AMLO es dueño del legislativo y del judicial.
En el primer caso, con mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso de la Unión y en buena parte de las nuevas legislaturas estatales.
Y allí donde el voto no le entregó el poder absoluto, AMLO lo arrebató. Basta ver cómo alcanzó la mayoría absoluta en la cámara de diputados.
Y en el segundo caso, basta ver la actitud públicamente mostrada por los mismos ministros de la Suprema Corte que, amenazados en sus privilegios salariales, intentaron medir fuerzas con el presidente electo y salieron perdiendo poniendo en entredicho el único atributo que no puede exponer la judicatura: la honorabilidad.
AMLO es un fanático del poder y en alianza con los grandes consorcios de la comunicación está subyugando a través de la presión y el descrédito mediático a un poder, cuyos jefes, sin medir consecuencias, también se entregaron a la corrupción, al menos, en su modalidad de nepotismo.
Apenas ayer conocimos la noticia (a todas luces alentada por el nuevo oficialismo) de que hasta el 70 por ciento de los puestos administrativos de los Circuitos judiciales eran entregados por los magistrados a sus familiares, sin consecuencia alguna.
El Poder Judicial era no solamente un poder soberano, sino impune. Ojalá que de verdad las cosas cambien.
No es una profesión de fe, no es un deseo, sin embargo creo que la cuarta transformación se trata de que todo cambie para seguir igual.
Se trata del relevo de una clase política por otra que ni siquiera es nueva. Es simplemente una minoría que, de la oposición hoy pasa al oficialismo, con los mismos vicios de la que despedimos con el poder de nuestro voto.
Y no hablo de los diputados y senadores de segunda y tercera, ni de los diputados locales o presidentes municipales, mucho menos de los nuevos burócratas que llegarán a las dependencias federales o a los nuevos gobiernos de los estados donde ganó MORENA, PT o PES.
Me refiero a una reducida nomenklatura formada en los tiempos en que el PRI ejercía el poder absoluto. López Obrador es el primero que, formando parte de ese sistema, nunca pudo disfrutar plenamente sus mieles.
LÓPEZ OBRADOR TIENE EL CÓDIGO GENÉTICO DEL PRI. DEL PRI MÁS RANCIO.
Por ello no es de extrañar todo lo que estamos viendo que resumo en una sola frase: todo está cambiando para seguir igual.
De todo lo que 30 millones de mexicanos votaron, en poco tiempo solo quedará un nombre: Andrés Manuel López Obrador.
Ya respondió públicamente mientras anunciaba, entre abucheos, la designación de su super delegado en San Luis Potosí: “No me importa. Ustedes son libres, yo también”.
Esa es la frase que le retrata de cuerpo completo y, a mi parecer, define su estilo personal de gobernar.
@MoisesMolina