Por Horacio Corro Espinosa
A lo largo de mis años me ha tocado vivir o, mejor dicho, ver muchas campañas políticas. He atestiguado, de las que me acuerdo, de los consabidos desfiles de promesas, confeti, mantas de adhesión, barbacoas, matracas, sombreros de palma, porras, etc. que cada tres o seis años, muchas familias de México se suben o se bajan de la rueda de la fortuna.
Hay familias que ven en la posición política, como sacarse el billete premiado de la lotería, y mucha gente, cree también, que, porque el candidato es amigo del amigo del amigo del vecino, suponen que algo les va a tocar.
Otras familias se entristecen cuando el familiar ya está por dejar el hueso, porque saben que el nuevo funcionario llegará a ocupar ese mismo lugar con su gente y su parentela, y es muy seguro que le digan adiós, o tal vez ni eso.
El tener un hueso en estos días de pandemia, para muchos es una posición verdaderamente envidiable, pues muchos han perdido todo, y todo, puede ser hasta la familia. Por eso, tener un hueso, que es un cargo público bien remunerado, de elección popular o de designación, es como decía el general Porfirio Díaz: “perro con hueso en el hocico, ni ladra ni muerde”.
Siempre han existido los llamados “políticos chaqueteros”, los que cambian fácilmente su prenda de vestir. Son aquellos que en alguna ocasión han probado las mieles del poder, y para repetir aquella dulzura, se ponen el chaleco de cualquier color, con el logotipo que sea, con tal de “hacer algo por el bien del pueblo”, dicen, dicen.
La cosa es que, después de las campañas a las presidencias municipales, a las diputaciones locales y federales, todos hablan de política, todos andan en campaña con tal de obtener un hueso en cualquiera de esos lugares.
La gente que antes ocupaba el celular para comentar intrascendencias, hoy lo usa para sumergirse en las profundas especulaciones políticas y los posibles acomodos.
Es más, en cualquier café se puede escuchar desde jovencitos hasta personas de avanzada edad, echándose rollos como acomodadores de responsabilidades y cargos, sólo porque, según ellos, tienen muy buena relación con fulanito de las importancias.
No faltan los que se dedican a recoger currículums y peticiones que le llevarán a los elegidos. La cosa es que estos vivales, que se dicen estar cerca del mero mero, sienten que los que andan en busca de “algo”, les deban la vida, y los vean como su tablita de salvación, como su esperanza, como su último tanque de oxígeno, y el favor es, sólo por poner sobre el escritorio del mero mero, los documentos que tal vez nunca sean leídos ni tomados en cuenta.
Allí están, pues, los que creen más en la suerte que en sus conocimientos para ocupar alguna responsabilidad. Están también, los que prefieren la lectura de cartas, horóscopos, y demás artes mágicas para saber qué dice su futuro, además, cargan sus amuletos porque creen que esos les darán el favor de obtener lo que buscan. Así de pobre está la situación.
Son muchos los preocupados que tienen la esperanza, por el simple arte de magia, de recibir alguna llamada telefónica, sólo porque la “bruja” o el tal “hermano”, les hizo por Internet algunas limpias o algunos hechizos para no quedar descobijados económicamente dentro de la política y las nuevas administraciones que se avecinan.
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