Por Abel Pérez Zamorano
Decían los griegos en uno de sus mitos más hermosos que Eos, la aurora (la de rosados dedos, como la llamó Homero), hermana de Helios, el Sol, abandonaba el lecho aún de noche y avanzaba rompiendo las tinieblas con los primeros resplandores del día, abriendo paso a su hermano. Así la cultura, en su acepción más general, debe representar el amanecer de nuevos mundos, como preparación y heraldo suyo. Pero la que hoy predomina es, precisamente, como noche que se resiste a morir. Se ha sumido a la juventud en el extravío ideológico, mentalmente embotada y distraída en actividades muchas veces negativas; de ahí la rebeldía sin causa, la protesta por la protesta misma, sin proponer algo superior a lo que se critica. Se la ha desorientado a propósito, pues es la parte más sensible de la sociedad y con menos intereses arraigados; la juventud es edad de ideas de progreso, donde estas se adquieren y, si se hacen profundas, quedan para siempre anidadas en la mente y el corazón de los hombres, les dan energías y les impulsan a actuar.
La cultura dominante está plagada de prejuicios y espejismos. El dinero fácil, la holganza en lugar del trabajo, el pesimismo hacia el futuro; la filosofía y la mentalidad hedonista más primitivas; el desdén por la lectura y la preferencia por la televisión o internet; el desprecio al trabajo físico al que se considera oprobioso. Forma parte de esta ideología el aprovecharse de los demás para obtener beneficio personal y colocar siempre al individuo por encima del colectivo; también el consumo como ideal de felicidad y de realización; igualmente, la idea subjetivista de que cualquiera puede ser magnate empresarial y explotar a los demás con solo quererlo. Se inculca el desdén por la política, a la que se concibe como sinónimo de corrupción, para mantener desorganizadas y apáticas a las masas, enseñándoles que no componen nada y que la única solución a sus problemas es un caudillo liberador. También prima la idea de que nuestros ancestros, los antiguos mexicanos, eran bandas de salvajes y que los españoles nos hicieron el gran favor de venir a civilizarnos, igual que ahora hacen los Estados Unidos y su cultura, ofrecidos como modelo aunque estén en franca decadencia. Y así, una larga lista de “valores” y actitudes perniciosos inculcados desde la niñez.
Para cambiar la realidad debe combatirse tal forma de pensar y actuar, y explicar científicamente que es posible construir una sociedad más justa; debe desarrollarse memoria de largo plazo en el pueblo, enseñándole a ver más allá de lo doméstico, tanto en el tiempo como en el espacio; superar el pesimismo y la resignación, otear lejos, más allá de la aldea o colonia y de los asuntos meramente cotidianos. Los estudiantes deben aprender a ocuparse de lo trascendente, teniendo siempre en mente que, contra las tendencias apocalípticas que consideran que el movimiento tiende a la decadencia, Hegel demostró que es ascendente, y que todo lo que ha nacido ha de morir, de donde se colige que no puede haber imperios eternos. Pero el combate en el terreno de las ideas debe finalmente redundar en acción social, pasando de interpretar el mundo a transformarlo realmente: a un cambio estructural, tanto en las formas de apropiación de la riqueza como de la clase social en el poder, sin restringirse a la simple “alternancia partidaria”, que no pasa de ser mero espejismo para la mayoría empobrecida. En una palabra, debe educarse políticamente al pueblo.
Mas para lograrlo se requiere quién le lleve la cultura, pensadores comprometidos y medios de prensa que en vez de confundir, eduquen y orienten, como ilustra nuestra historia. Al amparo de las fuerzas de don Miguel Hidalgo, el periodista Francisco Severo Maldonado publicó en Guadalajara El despertador americano (1810-1811), que divulgaba el ideario insurgente; el periódico fue posteriormente condenado al fuego por el gobierno virreinal (como la biblioteca de don Quijote). Durante la Reforma el periodismo se ennobleció con la valentía e inteligencia de Ponciano Arriaga y de don Vicente Riva Palacio. Más tarde, en 1885, aparecería El Hijo del Ahuizote, periódico crítico contra el porfirismo, donde destacaron plumas como Juan Sarabia, Antonio Díaz Soto y Gama, y Ricardo y Enrique Flores Magón. Intelectuales y periodistas con esa mística se necesitan en nuestros tiempos, para que hagan posible la integración, en fecunda unidad, del poder del conocimiento y la fuerza del pueblo.
Y ello es de todo punto necesario porque, recuérdese que, mientras el movimiento en la naturaleza ocurre espontáneamente, por el contrario, en su forma social necesita pasar por la conciencia del hombre; es menester que la necesidad real del cambio adquiera forma de acto consciente; y los intelectuales verdaderamente amigos del pueblo deben asumir esa honrosa responsabilidad: preparar la conciencia del pueblo para que haga el cambio, no para que lo pida ni lo espere como graciosa dádiva. En un círculo dialéctico la realidad y sus procesos entran en la conciencia del hombre y adquieren la forma de idea, misma que al conquistar la voluntad de los pueblos empuja al cambio a través de la acción social. Así lo enseña la historia.
El surgimiento de la sociedad moderna del seno de la Edad Media tuvo sus albores en el Renacimiento italiano, extendido luego al norte de Europa. A esa obra contribuyeron, entre otros genios precursores, el pionero, Dante Alighieri, y también Giovanni Pico della Mirandola, Giovanni Bocaccio y Francesco Petrarca. Ya en el siglo XVIII la Ilustración francesa fue el preludio de la gran Revolución de 1789. Entre los enciclopedistas, dirigidos por Denis Diderot y d´Alembert, jugaron un papel decisivo creando ideas y divulgándolas: Voltaire, Rousseau, Holbach y Montesquieu. Fueron la avanzada ideológica de una nueva época.
México necesita profesionistas, de todos los campos, cultos y con un profundo sentido humanista, no comprometidos con el poder político y el dinero, sino con el pueblo y la verdad. Se requieren estudios y publicaciones objetivos y honrados, y para inspirarse y aprender, resulta invaluable el ejemplo de los grandes publicistas y hombres de letras que primero en el periodismo y luego en la literatura iluminaron la sociedad de su tiempo, como: Mark Twain, Ernest Hemingway, John Reed, nuestro Martín Luis Guzmán o Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, por mencionar algunos. Dicen que cuando una época en dolores de parto necesita grandes hombres, los crea, y la juventud estudiosa debe ser cantera natural; para ello debe ser racionalmente crítica, capaz de dar sentido a su inconformidad. Los jóvenes deben abrevar en las ideas de los grandes pensadores, para superar la postración ideológica en que calculadamente se les ha sumido.