Por Horacio Corro Espinosa
No cabe duda que cada año la envidia me corroe. Desde esta semana mucha gente se desplaza a los lugares de carnaval, no frente al televisor para verlo «en vivo y en directo» como dicen algunos, sino para ver los primeros desfiles de comparsas guapachosas y bulliciosas.
El carnaval es el periodo de tres días que antecede al miércoles de ceniza. Durante estos días, todo es fiesta y diversión. Es reunión alegre y ruidosa. Carnaval viene del latín caro, carnis, carne, y tollere, quitar. En estas fiestas todo se quitan y todo se puede y muchos dicen que hasta se vale quitar.
Así pues, por esta razón, tengo que confesar, que a mí las fiestas carnavaleras nunca me han hecho mucha gracia que digamos. A lo mejor porque jamás he podido estar en Río de Janeiro, viendo, admirando al inmenso mulataje bailando y cantando con verdadero frenesí en las archifamosas escuelas de zamba. O porque tampoco he podido estar en Niza, donde el carnaval, dicen, es de antológica elegancia. Es más, ni siquiera en Veracruz, ni siquiera en Mazatlán, que es una versión bastante más modesta de las fiestas carnavaleras ya citadas.
En el puerto jarocho, a partir del 27 de este mes, se enseñoreará el rey Momo. Es cuando «se entierra el mal humor» y se desbordan los colorines: el rey Momo es el gesto exagerado o ridículo que se hace para divertir o provocar la risa. Todo esto, antes de que el miércoles de ceniza se presente y la fiesta se apague.
El miércoles de ceniza es el Primer día de la Cuaresma, se llama así por la ceremonia en la que el sacerdote pone ceniza en la frente de la gente católica, como símbolo de penitencia.
Me han contado que en Veracruz, se reúnen todos los gays del país, creo que esto es un tanto exagerado. Lo que sí es cierto, es que año con año, los carnavales se enriquecen, son más cuidados, mejor adornados los carros alegóricos, las comparsas son mejor vestidas, y las coreografías más vistosas, no sólo para menear el bote sin ton ni son ni a ritmo de borrachera.
En fin, la diversión no se hace esperar en las calles ni en las salas de baile. Y desde luego, lo que no puede faltar, lo que uno se pregunta siempre, que de dónde salieron esas muchachas bonitas, de veras, hermosas. Hay que aclarar que lo que digo no se trata de confusión con gays con campanitas.
Siempre he tenido ganas de ir a Putla, Oaxaca. Ahí también se hace un carnaval de película. Por cierto, inició hace ocho días, el domingo, donde unos tipos se disfrazaron de huachicoleros quemados. Seguramente muchos de ustedes los vieron en las redes sociales. Para unos fue motivo de risas, y para otros, de enojo. Pero lo de siempre, en todas partes siempre habrá diversos puntos de vista. Lo cierto es que mucha gente va a Putla para curar sus males. La curación está en el baile, el relajo y la diversión.
Hace días le pregunté a una señora que, si no iba a ir a Putla este año, como siempre lo acostumbra, pero me contestó que no, que prefiere quedarse encerrada en su casa, pues parece, me aseguró, que estamos viviendo en los tiempos de don Lucifer.
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