Por: Horacio Corro Espinosa
Después de las elecciones realizadas, todo volvió a la normalidad.
El domingo electoral, mucho antes de que se cumpliera el tiempo para dar a conocer los resultados, los candidatos estaban declarando su derrota.
Durante los días siguientes al domingo electoral, las noticias fueron confirmando los resultados y subrayando las diferencias frente a la segunda y tercera fuerza electoral.
A contrapelo de la tradición, ni el PRI ni el PAN expresaron inconformidad ni invocaron al fraude como se ha hecho en anteriores elecciones. Morena las ganó «de todas todas» en el país.
Por esta razón, después de los comicios, se ven llenos de personas los pasillos, corredores y patios de algunas casas particulares porque, el virtual diputado o senador, o presidente municipal, o en las mismas oficinas del virtual Presidente de la República, se han convertido en altar de peticiones.
Allí se pueden encontrar a los que dejaron sus dos o tres velas encendidas por si las moscas, y a los que apoyaron o se opusieron al candidato. La actuación de todos estos es como si nada hubiera pasado. Su actitud es como la vida de los japoneses: Se dice que tanto se parecen entre sí o que se confunden entre sí, que las esposas aburridas pueden abandonar a sus cónyuges en cualquier esquina y tomar del brazo al primero que cruce en su camino. Así que por la semejanza entre ellos, nadie se percata de la sustitución, y no ha pasado nada.
Así con muchos de los que andan tras el recién elegido: se confunden entre el resto de perseguidores para el hueso.
El lugar donde pisa el elegido, es insuficiente el espacio para ser vistos. Todo el sitio se convierte en cofradía. Allí están rumiando muchos una humillante espera con tal de conseguir la concesión, la indulgencia, o proponer la transa. A los que nadie se imaginaba encontrar, ahí están tan gallardos, tan rectos, tan dignos, hombres de negocios, contratistas, funcionarios, y una que otra damita experta en la pesca de altura y caza de piezas mayores.
El coronado recibe a sus diversos visitantes, y de todos escucha fervores y juramentos apasionados. Acepta brazos y los corresponde educadamente, aunque de manera clara, evita hacer compromisos, y algunos se retiran frustrados.
Dentro de los visitantes están los que no tienen ojos para nadie, más que para el señalado, y se muestran cuidadosos, circunspectos, en posición de conejo, que es una actitud agazapada, aunque dicen que están ahí para saludar al amigo, para informarle. Además, le insinúan, le sugieren, sustituyendo con los ojos lo que, según ellos, no le pueden decir con la boca. Piensan que de esa manera obtienen el victorioso crédito de inteligencia y de buen oficio político.
En medio de todas estas tentaciones, los elegidos, dicen que quieren cambiar y cambiar es lo que todos piden. Los virtuales diputados, presidentes municipales, etcétera, lo prometen una y otra vez, aunque en la práctica quedaremos decepcionados, engañados, pues como sabemos, el político así es: tiende esperanzas que nunca va a cumplir, y esas promesas se van a diluir en poco tiempo. Ya veremos si no es cierto.
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