Por: Horacio Corro Espinosa
Cada que mi papá nos contaba algo de su niñez, se le nublaban los ojos. Lo mismo pasaba con sus hermanos, mis tíos, pero en el fondo, estoy seguro, que ninguno de ellos deseaba volver a vivir su infancia.
Seguramente hay mucha gente adulta que piensa lo mismo, porque vivir una infancia como adultos, ha de ser muy triste y muy duro.
Mucha gente dice que la infancia es la mejor época de la vida. Otros dicen que es la época de la dulzura, otros que de la inocencia, y otros más, que del desentendimiento del mundo. Algunas personas de mi edad dicen que fue la etapa más feliz de su vida, pero que nunca lo supieron.
Lo cierto es que mucha gente adulta no podrá estar de acuerdo con ninguna de estas frases. Es más, muchos niños no pueden decir lo mismo a pesar de estar viviendo en este momento su niñez. Las cargas que llevan encima son tan pesadas como la de muchos adultos.
Cada que se habla de la infancia, muchos se echan un suspiro acompañado de un “quién fuera niño otra vez”. Cada que expresamos esto, no lo decimos por la infancia que tuvimos, sino por los niños que nos inspiran ternura y amor, que bien pueden ser nuestros sobrinos, o nietos, o hijos de amigos a los que vemos como familia.
Los niños nos despiertan gozo, y cuando no están con nosotros, extrañamos sus risas o su plática que nunca para. Estar con ellos, es completar esa parte de la niñez que posiblemente nunca tuvimos.
A nosotros nos tocó vivir el tiempo de las chanclas y las nalgadas, y después de esos correctivos, siempre nos comparamos con el resto de los hermanos. También, nos las tuvimos que arreglar para soportar a los niños violentos de la escuela.
La niñez también sirvió para ser utilizados por los tíos o tías, quienes nos manipulaban con un dulce con tal de llevar el recado al amoroso pretendiente.
No puede faltar en la historia, la abuela comprensiva que nos daba la razón ante la injusticia de nuestros padres. Esos recuerdos nunca se olvidan.
En la niñez, es cuando se decide si se quiere explorar esta vida, o es preferible guarecerse de todo mundo para que ninguna persona la alcance. Es cuando se aprende a desconfiar y a mentir para no mostrar la verdadera identidad.
Hoy muchos viejos se dan cuenta de ello, y por eso, a veces quisieran volver a la infancia para enderezar las injusticias que vivieron, y para demostrarles a los viejos de entonces, que ellos estaban en lo correcto, pues los adultos, con el afán de hacer las cosas rápido, no los dejaron descubrir el mundo.
Este Día del Niño, saldrán muchos políticos, y principalmente candidatos, a repartir juguetes como si fuera una obra social. Pero no quieren darse cuenta, que los abandonarán dos o tres años seguidos después de que resulten ganadores de la tómbola electoral.
Por favor, que nadie limite los sueños a los niños. Si los ven pensativos y con sus ojos en el cielo, no los bajen de su vuelo, porque posiblemente los puede quebrar cuando caigan en tierra.
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