Por: Horacio Corro Espinosa
Aunque muchos lo nieguen, México es un país racista. Esta forma de discriminación es contra los que tienen un color de piel más oscuro, contra los indígenas, los afromestizos, y contra todos aquellos que nos parecen diferentes o inferiores.
Las peores formas de racismo en nuestro país casi siempre están dirigidas a los indígenas y a las personas que parecen serlo.
El fin de semana, López Obrador volvió a crear otro distractor para que los mexicanos perdamos el tiempo. Con este nuevo juego, trata de que olvidemos el culiacanazo, el ataque a la familia Le Baron, o lo sucedido en Ciudad Juárez.
En esta ocasión metió al país dentro del tema del racismo. Al hacer referencia a los indígenas de los mestizos, eliminó de un plumazo a grupos enteros que buscan tener posibilidades de equidad, justicia y libertad.
Su intención, fue esparcir su imagen entre los indígenas para que lo vean como el hombre bueno que busca lo mejor para ellos. Con ese gesto quiere que los indígenas del país lo valoren y le agradezcan los privilegios económicos que les tiene prometido.
Una cosa es que alguien te discrimine por cómo te vea a través de sus prejuicios, y otra muy distinta es la forma en que te dicen que te otorgarán dinero. Es como cuando alguien te dice “güerita” o “güerito”; eso no es racismo, es un simple prejuicio. El “güero” no es el rubio ni el de ojos azules, sino el que tiene poder de compra, el que tiene control sobre sus necesidades más elementales.
Desde luego que el presidente lo sabe muy bien. Sabe que los privilegios y el poder están alejados de los indígenas. Sabe que el ascenso cultural y social está más difícil para los más oscuros que para los menos morenos, por eso pone a unos sobre otros.
Hay un estudio del Inegi que mide con precisión el sentimiento del color: el 88% de los encuestados se auto calificaron como morenos, entre la letra “G” y la letra “H”, o en otras palabras se clasificaron a la mitad de la tabla de pigmentación. Pero una tercera parte de los que se clasificaron como más oscuros no terminó la primaria, mientras que el 28% de los más blancos concluyó su educación superior.
Esto viene desde la época colonial, cuando la esclavitud tuvo que soportar las limitaciones de acceso a la educación y a cargos de autoridad. Siempre tuvo que aceptar que los privilegiados eran para los de la casta superior. Fue el poder colonial quien inventó una clasificación para cada uno de los de abajo: criollo, mestizo, castizo, español, zambo, zambo prieto, mulato, morisco, albino, saltapatrás, apiñonado, cholo, chino, harnizo, harnizo prieto, chamizo, cambujo, lobo, jíbaro, alvarazado, zambaigo, campamulato, tente en el aire y no te entiendo.
Es lo que hizo este fin de semana López Obrador, al medir a mestizos de los indígenas. A uno de estos grupos lo está poniendo un escalón abajo del otro. La visión institucional del presidente es de una pirámide. Él se ve como el verdadero poder. Él, se siente como el más poderoso de todos por eso se atreve a clasificar a cualquier persona en algún sitio. Desde su altura puede negar o facilitar la igualdad o la libertad. Esta es la democracia para él: las castas. No cabe duda que con sus palabras zanjará una nueva construcción cultural entre el indígena, el “prieto”, o el “moreno”.
Este señor sigue dividiendo al país, y cada vez será peor, peor que como lo fue en la Nueva España.
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